Calle Larios

pablo Bujalance /

Por los cuernos

MIRO mi correo electrónico, ese verdadero no lugar por el que se esfuma mi mala memoria, y encuentro un comunicado de La Térmica donde me anuncian que seis artistas "de todo el mundo" desarrollarán sus proyectos en el centro de Los Guindos a partir de este mes. De inmediato me pregunto: ¿Cómo se pueden reunir seis artistas de todo el mundo? ¿Cómo se establece el reparto? ¿Uno por continente, incluida la Antártida? Consulto los nombres de los artistas en cuestión y cinco de ellos tienen nombres y apellidos castellanos, así que me quedo fuera de juego. Al final, en La Térmica ocurre como en el mundo real: el reparto de posibilidades está bastante desequilibrado, aunque aquí, al menos, se barre para casa. Uno no duda de que la convocatoria para la residencia artística se abriera con ambición internacional, pero todo apunta a que en Namibia no hicieron mucho caso. Pero bueno, ya se sabe que a las instituciones, y más aún en materia cultural, lo que más les conviene es tener mucha fe en sí mismas. Algo parecido sucedió hace unos días en la presentación del MAD (tan desafortunado acrónimo quiere decir Museo de Arte de la Diputación, creo) que se inaugurará en marzo en Antequera, un centro necesario y oportuno (por más que Fernando Francés quiera meter en la Casa de los Colarte conciertos de "música indie", y encima lo llame "música contemporánea") que representa la única actuación cultural que puede considerarse tal de manos del actual equipo de Gobierno de la Diputación fuera de la capital. En la citada presentación, Elías Bendodo se lió a cantar las excelencias de los nuevos museos, que si el Pompidou, que si el Ruso, y claro, metió su Museo Taurino, a inaugurar el próximo día 25, en el mismo saco. Por qué no.

En serio, por qué no. Vale que el Pompidou tiene a Francis Bacon, y el Ruso a Chagall, pero ¿por qué tendría que ser menos un aguafuerte decimonónico donde alguien inmortalizó una vez una verónica? ¿Y si ese alguien era Don Francisco de Goya? Chúpate esa. ¿Y si lo ponemos todo en la Plaza del Siglo, por más que su espacio natural sea la Plaza de la Toros, y así privamos al centro de un edificio donde podrían instalarse equipamientos mucho más urgentes en la zona? Total, si por el alcalde fuera, se le entregaría el inmueble a algún restaurante pintoresco para que abriera una franquicia y las mesas llegarían a la Catedral. ¿Qué tiene que decir y aportar un museo taurino a la cultura de la ciudad más allá del regodeo de los de siempre? Nada. Pero claro, la cultura aquí está tan inflada que seis figuras pasan por ser todo el mundo, y hay que subirse al carro. Y encima uno pasa por cateto. Total.

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