SI la libertad significa algo, será sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quieren oír". (George Orwell). El derecho a la libre expresión es uno de los más fundamentales. Sin la posibilidad de opinar libremente, de difundir las ideas, denunciar injusticias, clamar cambios, protestar en definitiva, el hombre está condenado a la opresión. Y la libertad no es nada cuando se convierte en un privilegio de algunos.

El derecho a la libertad como medio para la libre difusión de ideas fue concebido durante la Ilustración. Así, para filósofos como Montesquieu, Voltaire y Rousseau la posibilidad del disenso era el cauce para fomentar el avance de las artes, las ciencias y la participación política. Fue precisamente ese derecho uno de los pilares de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos y de la Revolución Francesa. Viene por tanto de antiguo.

El derecho a la libertad de expresión viene recogido en la Constitución en su artículo 20, siendo uno de los derechos que dispone de más garantías jurídicas, si bien, como sucede en otros países occidentales, también tiene sus límites. Así, la ostentación de símbolos nazis está prohibida, el terrorismo es otro argumento para limitar la libertad de expresión, y en España, en nombre de la lucha contra ETA, los sucesivos gobiernos de España han condenado la "apología del terrorismo".

Una vez dicho todo esto, me pregunto qué ocurre en este país cuando la Iglesia católica convoca a una manifestación, hace una campaña publicitaria, o sus miembros exteriorizan sus opiniones en medios de comunicación. ¡Tienen derecho a ello! No entiendo las reacciones totalmente fuera de tono y los cabreos generalizados. Si realmente creyésemos ( y no fueran meras palabras), en la tolerancia y carácter democrático de nuestra sociedad, no se crearía esta polémica.

Por lo que respecta a la reciente manifestación organizada por la Iglesia católica en Madrid, ésta se convocó con el apoyo de movimientos, asociaciones y grupos cristianos, y con el objetivo de expresar su rechazo a las medidas legislativas que está desarrollando el Gobierno, en torno a tres temas fundamentales: familia, vida y educación. ¿Porqué se arma tanto revuelo?¿No estamos acostumbrados a que se manifieste todo el mundo?

La Iglesia católica, en estos momentos, estando en su pleno derecho, busca su fortaleza como institución a través de lo que esta sociedad le ofrece, que no es otra cosa que salir a la calle o utilizar los medios para informar sobre lo que es, hace y opina. Después, que cada uno haga lo que quiera: seguir sus directrices o no hacerlo; lo que sí es evidente es que los principios de la Iglesia y de un modo especial, sus actuaciones sociales, son ignorados por buena parte de la masa social.

Es en este último punto donde me quiero detener, pero antes, y en lo que respecta a la contribución del Estado a la Iglesia, diré que en España, estas aportaciones, establecidas por ley, van destinadas a fines tales como la conservación del patrimonio histórico-artístico, a la enseñanza concertada y a las obras sociales promovidas por la Iglesia.

La contribución a la Iglesia por el Estado se ha venido realizando hasta 2007 mediante la asignación tributaria voluntaria (vía Declaración de la Renta), exenciones de impuestos (IVA) y un sistema de dotación presupuestaria, mediante el cual el Estado completaba anualmente los ingresos.

Sin embargo, el 1 de enero de 2007 entró en vigor un nuevo acuerdo entre Conferencia Episcopal Española y el Gobierno español, por el que se aumenta la asignación voluntaria en la declaración de la renta del 0,52 por ciento al 0,7 por ciento, pero el Estado no completa, como lo hacía antes, un mínimo de asignación. También desaparecen las exenciones de la Iglesia católica al IVA.

Ahora, nadie puede protestar porque su dinero se utilice para contribuir al sostenimiento de la Iglesia, ya que serán las personas que quieran y lo decidan libremente, mediante los donativos personales o señalando la casilla en su declaración, las que lo hagan. Y este dinero se utilizará para hacer frente tanto al compromiso social de la Iglesia, como al mantenimiento del patrimonio.

No es un secreto para nadie que la Iglesia cuenta con un patrimonio en bienes muebles e inmuebles incalculable; catedrales, iglesias, cuadreos, esculturas, libros, etc. Riquezas que hay que conservar y cuidar y que suponen un beneficio económico para el turismo y por tanto, para todos los españoles que viven de él (hostelería, tiendas, agencias de viajes, etc). Si no, que se lo digan a los habitantes de Vitoria-Gasteiz y al pórtico de su Catedral, lugar que Ken Follett decidió para el lanzamiento de la edición en castellano de su nuevo libro Un mundo sin fin.

Tampoco deberá ser un secreto que la Iglesia, a través de la agrupación católica de mayor presencia mundial, y mayor número de obras como es Cáritas, realiza diferentes labores humanitarias y proyectos con presencia en los cinco continentes, habiendo aumentado su dedicación a los más necesitados en multitud de proyectos en los que destinó en el año 2005 casi 170 millones de euros. Por su parte, Manos Unidas se dedica a atender a los más desfavorecidos.

En realidad, en todos los países la Iglesia lleva a cabo algún tipo de obra social en todos los ámbitos, desde colegios, dispensarios, centros de acogida para niños y ancianos, hasta hospitales, centros de rehabilitación de toda índole, leproserías, etc. Con todo esto quiero decir que podemos estar de acuerdo en sus postulados o no estarlo, podemos criticarla o no hacerlo, siempre dentro del respeto que todos exigimos para nosotros mismos y nuestras ideas, pero lo que no podemos obviar es su labor asistencial. Volviendo al título de este artículo: Esto es lo que hace la Iglesia.

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