La ingenuidad

Un país lleno de sabios, de filósofos de baratillo, que ya veremos dónde acaba en su torcido caminar

El periodista Enric González, en su crónica de la manifestación del sábado en Barcelona, hacía una apreciación singular de este tiempo nuestro plúmbeo y transitorio, prosaico como un calentador eléctrico o como un discurso de Mariano en la siesta de un domingo invernal de callos y bicarbonato. Decía allí González, mientras relataba lo ocurrido en la calle, que en esta España de hoy ya no existe la inocencia y lo que queda, cuando queda, es algo bien distinto: la ingenuidad, que él ejemplificaba con las declaraciones que le hizo un matrimonio, convencido de que una hipotética Catalunya independiente no habría atentados yihadistas pues ellos carecerían de ejército (ejem, ejem). Ingenuos eran como se ve, ingenuos de libro, en el pleno sentido que dicta la Real Academia y que dice que un ingenio es aquel hombre o mujer que es "sincero, sin doblez, y que actúa sin tener en cuenta la posible maldad de una persona o la complejidad de una situación". Algo muy distinto pues de la inocencia, que no es ese candor bobalicón sino algo bien distinto: la condición del que está libre de culpa o de pecado. Visto así que no queda sino coincidir con González en que la inocencia en este país hace tiempo que se rompió pues el que más y el que menos lleva ya en la mochila su culpa y su condena. Aún así, más peligrosa que esa falta de inocencia política, a la que ya no creo que volvamos, es ahora la potencia diabólica de la ingenuidad, que en nuestro tiempo consiste en que cualquiera pueda pensar que tiene razón absoluta sin tener ni zorra de nada. Una especie de tiranía que da por hecho que el buen juicio es democrático y que pone el valor de opinar muy por encima del valor de aprender. El principio de la duda, de la dialéctica constante y de la contradicción que requiere el pensamiento, queda por tanto abolido y lo que persiste es una especie de egocentrismo global en el que ya cualquiera se torna tan narciso como ya lo somos los articulistas o lo son los tertulianos, tribus ambas insoportables. Un país lleno de sabios de tres al cuarto, de filósofos de baratillo y pandereta, que veremos dónde acaba en su torcido caminar. Líbrenos Dios durante este viaje de los ingenuos que de los maquiavelillos y los cabronazos ya nos libraremos nosotros.

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