EN los últimos años, y según la temporada, he dejado de comer cerdo o pollo. La hamburguesa también ha figurado un tiempo en la lista de menús repudiados. He pasado de solicitar la ternera en su punto a demandar que la achicharren. Y llegué a buscar en las etiquetas la partida de nacimiento de las vacas. También me negué a ingerir carne que hubiera coqueteado con algún hueso y no me como un boquerón vivo si antes no lo han congelado a conciencia.

Los riesgos de la combustión del aceite en las sartenes de uso industrial también me obligaron durante unos meses a renunciar a las apetitosas bolsas de patatas fritas. Pero luego unas estadísticas muy fiables se empeñaron en demostrarme que mis prevenciones con la fritura al por mayor tampoco eran una patente para librarme de la compañía de algún cáncer los últimos años de mi vida, si cumplo la media de longevidad exigible a un hombre de mi generación.

He incorporado al lenguaje cotidiano vocablos tan contra natura a nuestra mentalidad latina como anisakis o Creutzfeld-Jacob, incluso en su versión castellana de encefalopatía espongiforme. Creo que he sorteado hasta ahora con éxito las gripes aviar y porcina. Las palomas no se dejan tocar y retiraron en su momento los patos del Parque. Del jamón no tolero que se hable mal en mi presencia. Me he llegado a preocupar por la resurrección de la peste bubónica.Y tras la aparición en las costas de las medusas asesinas, ahora tiemblo ante la posibilidad de que los mosquitos carnívoros de Almería muten y escojan en verano a nuestro litoral .Y todas estas penalidades en menos de una década. Sí, antes era un ignorante feliz pero en paz al menos con la gastronomía.

Soy un enfermo globalizado y en el diagnóstico está escrito que padezco el mal de la información. Si contraigo la gripe A lo único que pido a la Junta es que en el hospital no me digan: "Está malo sí, pero no lo comente".