Un país civilizado

España ya no se deja arrastrar por banderines de enganche ni por los infantilismos de las identidades

Las declaraciones -acompañadas de sus correspondientes aspavientos y gesticulaciones- que emiten, día tras día, los separatistas catalanes, tienen su réplica, también cotidiana, en los restantes partidos e instituciones. Unos y otros obtienen su deseada resonancia. Pero entre tanto ruido, buscado y potenciado, pocas veces se repara en la actitud asumida por las poblaciones españolas que no se sienten involucradas de manera inmediata por la confrontación secesionista y los fuegos cruzados de las comparecencias políticas.

Y podría decirse, a la vista de lo que transmite la calle, y de lo que circula en las conversaciones privadas, que la sociedad civil española se ha distanciado de este "suceso". Y este distanciamiento responde, en principio, a hartazgo y cansancio. Pero también puede ser síntoma de algo mucho más positivo, que encubriese una mirada de escepticismo e incluso de condescendencia irónica frente a tanto empeño independentista. Tal como si la gente pensara: ¿a dónde se quieren ir ahora estos nacionalistas en pleno siglo XXI? ¿Estos catalanes que fueron tan listos y tan emprendedores en los dos siglos pasados de quiénes se quieren separar? ¿Ya no se acuerdan estos hijos y nietos que sus abuelos pactaron oportunamente con los sucesivos gobiernos de Madrid para establecer allí sus fábricas, con buenas medidas proteccionistas? ¿No han estudiado que -después de 1714- gran parte de la incipiente industrialización del sur fue desmantelada y se facilitó también desde el sur una mano de obra emigrante, tan entregada como barata. ¿Los nuevos ricos del norte ya no se acuerdan de esas viejas deudas históricas que deberían despertar una mínima solidaridad y que cuentan con una buena serie de libros que las exponen?

Quizás por esto mismo, el separatismo catalán no ha querido llevar a cabo "labor pedagógica" alguna entre las restantes regiones españolas. Ni una sola idea, ni una explicación programática del porqué de su intento. Solo desplantes narcisistas y acusaciones de los repartos injustos de ahora, olvidando los beneficios exclusivos recibidos antes. Pero lo significativo, ¡debe insistirse en ello!, ha sido la reacción adulta mostrada por el país. Un país, España, que ha madurado, que, en su mayor parte, se mueve por pautas modernas y europeas y ya no se deja arrastrar por banderines de enganche, ni por los infantilismos de las identidades. Tal vez la industrialización llegó tarde a muchos rincones de España, pero la reacción sosegada de la mayoría de sus habitantes, ahora, ante el espectáculo catalanista, muestra que ya es un país civilizado.

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