HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El 'tontolisto'

Desde que nuestro presidente ha dicho en foro internacional que los parados españoles están trabajando por España, los altos cargos políticos y económicos de Europa y del mundo se hacen lenguas de los malabarismos que se pueden hacer con la lengua sin ser sofista. Sólo ha faltado que les saque la lengua a los oyentes. Ha sido muy comentado también que el número de liberados sindicales es un secreto de Estado, como si los sindicatos, con pocos afiliados pero mucho dinero, hubieran creado una central de espionaje paralela a la oficial para darle algo que hacer a los liberados. En los países europeos hay, como en los toros, división de opiniones: no se ponen de acuerdo en si el premier español es tonto o cínico. Iban ganando los partidarios de la tontura porque para ser cínico hace falta una inteligencia bien estructurada, pero los partidarios del cinismo argumentaron que un partido político con gobierno, por socialista que sea, no toleraría a un tonto dirigiéndolo. Han convenido en que se trata de un tontolisto, una palabra inexistente que usamos en el lenguaje coloquial y que los diccionarios acabarán admitiendo por su claridad expresiva.

Un tontolisto es un listo que se cree que los demás son tontos, hasta que llega el día, que siempre llega, en el que se encuentra con otro tontolisto más listo que él. Para ser listo no hace falta ni inteligencia especial, ni cultura, ni un nivel intelectual determinado, incluso podrían ser lastres para la audacia. Comparte naturaleza con el sinvergüenza, pero así como el sinvergüenza tiene que persuadir con un buen uso del sentido común, lenguaje llano y claro y tener gran tacto en que sus argumentos sean verosímiles; el tontolisto tiene que confundir sorprendiendo, aturdir asombrando, de tal modo que pase el tiempo suficiente antes de que el olvido de unos y la petición de explicaciones de otros, le haya permitido pergeñar respuestas enredosas que digan lo contrario con apariencia de decir lo mismo. Tampoco el tontolisto es el caradura: éste es un fresco a quien le trae sin cuidado la opinión ajena porque no le faltará nunca gente a la que liar; aquél se parece más al fariseo evangélico, al que le importa el prestigio y sabe aparentar pureza y honradez, mientras doblez y podredumbre viven ocultas.

Sólo hemos tratado a un verdadero tontolisto en la vida. Engañó y enredó a muchos, varias veces a algunos, hasta que se tropezó con el más listo que él: "El secreto está en no dejarlo hablar", aseguró. Y así fue. Lo amenazó con llegar a las manos si decía una palabra más. Con un presidente de gobierno no se puede hacer lo mismo: no sólo hay que dejarlo hablar sino escucharlo con atención. La cortesía nos deja desamparados ante la confusa charlatanería lírica. "El charlatanismo de grandes cautivó al siglo XIX -advierte Gómez Dávila-; al XX (ya XXI) lo cautivan charlatanes pequeños."

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