Tribuna

Fernando Arcas Cubero

Historiador

Juan Rejano: la modernidad del periodismo malagueño

Para Carmen Rejano, recuerdo vivo de su padre

Juan Rejano

Juan Rejano

Poco conocido en Málaga, tan aficionada al olvido como al encumbramiento, Juan Rejano (Puente Genil, 1903-México, 1976) es, sin embargo, uno de los periodistas centrales de su historia. Hubiese corrido mejor suerte su recuerdo de haber recalado en otro lugar -casado con la malagueña Carmen Marchal y afincado en Málaga-, y lo tendríamos ahora quizá en la nómina, esta sí rescatada, de los Chaves Nogales. Porque, como este periodista sevillano, Rejano representa, en los años cruciales de la modernidad española -los 20 y los 30 del siglo XX-, uno de los ejemplos más relevantes, en la prensa malagueña, de los rasgos esenciales de esa modernidad: la conexión con las corrientes culturales venidas de Europa y América, la atención a las novedades del primer ensayo de sociedad socialista en Rusia o del afloramiento de los fascismos europeos, la relación especial con el mundo de las ideas y el pensamiento, el análisis de la vida política española y sus protagonistas principales, la mirada social honda al entorno malagueño y andaluz o el seguimiento atento del día a día de la cultura malagueña y española de los treinta, esto último el precedente más cercano del brillante periodismo cultural recuperado aquí tras la democracia.

Quizá, a diferencia del sevillano Chaves Nogales, lo que le ha pasado a Rejano es que en 1936, según el archivo del PCE, se afilió a este partido, y luego mantendría esa militancia, con presencia en sus órganos dirigentes y una franca amistad con sus principales líderes, poniendo a prueba, en ese mundo cerrado, su libertad intelectual hasta su muerte en México en 1976.

El ciclo Escribidores acaba de tratar el tema: la relación entre poder y mundo literario, en un diálogo sugerente entre Andrés Trapiello y Sergio del Molino. Viene al caso de la biografía de Rejano, y de su actitud en la época que le tocó vivir y ejercer el periodismo. Aquí en Málaga hizo lo mejor del mismo hasta que la Guerra le obligó a salir de ella por la carretera de Almería, como su mujer y sus hijas, para iniciar un trabajo periodístico de guerra en Frente Rojo, órgano del PCE, y en La Vanguardia de Barcelona, órgano oficioso del Gobierno de la República, poniendo a prueba el dilema, en una situación extrema como aquella, para un periodista e intelectual: defender una causa moral en tiempo de guerra civil. Al final de ésta y tras su salida de España, Rejano volvería al periodismo en libertad y democracia en El Nacional de México.

¿Es tomar partido, como parece obligado hoy, un impedimento para escribir periodismo? ¿Es el caso de Rejano? Más bien creo que el suyo es un ejemplo de lo contrario. Es decir, un modelo de buen periodismo compaginado con estar organizado en un colectivo político como el Partido Comunista de España. La publicación de la mayoría de sus artículos -no todos, está aún por hacer su antología completa y su biografía-, es la prueba de lo que decimos. En tiempo de paz y de libertad, en sus etapas malagueña y mexicana, es un periodismo impecable en estilo, en información, en contexto, en erudición y en humanismo. Aun sabiendo su filiación, es imposible detectarla en su relato de la realidad, aunque esta tenga una carga humanitaria profunda, sobresalga su simpatía por los desfavorecidos, y esté cargada de compasión. Y sea, además, en el caso de su periodismo malagueño, en los años 1931 al 36, un canto general a la libertad y a la democracia y sus principales intérpretes individuales y colectivos, realizado en tiempos convulsos. Rejano es aquí, en Málaga, un periodista de izquierdas que escribe en dos periódicos republicanos y liberales, Amanecer y El Popular, donde además tiene responsabilidades de redacción y dirección. No encontrarán ustedes ni una sola mención a las tesis revolucionarias del PCE de entonces, ni siquiera a su conocido líder malagueño, Cayetano Bolívar. Y aún menos, en sus columnas, que por algo se titulaban “Eutrapelia” y “Pelillos a la mar”, ni en sus ensayos, algún rasgo de la visceralidad con que se mira hoy mismo la realidad española.

Pero es en la crisis de violencia político-social de 1936 donde Rejano da lo mejor de sus posiciones humanistas, situándose frente al uso de la fuerza cuando ésta sustituye a la razón, que para él “no puede tener justificación jamás”, y sus resultados siempre torpes y turbios. Málaga no era una excepción en este clima nacional, que iba a servir de coartada burda para la conspiración militar en marcha.

Los asesinatos del teniente Castillo y Calvo Sotelo, escribe, “han metido de nuevo en tensión a los hombres de todas las latitudes españolas”, mientras sus columnas dejan atrás la visión amable, sin acritud, de su periodismo, para convertirse en “amargas crónicas preñadas de tristes exhortaciones y desoladas reflexiones”. Era quizá, en su opinión, el momento más grave que se había conocido en España, y se sentía en la obligación -poco compartida por desgracia- de “poner un límite, una barrera, a la encrespada corriente de las pasiones. Yo cumplo con mi deber recomendando a los malagueños, serenidad”.

La realidad española iba a someter a los intelectuales y periodistas, a todo el país en realidad, a un dilema que pondrá a prueba sus convicciones éticas y morales, un punto decisivo de sus trayectorias vitales. Como intelectual y como periodista defensor de la democracia establecida, Juan Rejano cumplió hasta el final con su misión: “Ni doy un paso atrás en mis convicciones, ni pretendo la desvirtuación de las aspiraciones más extremas. Lo que busco, una vez más es demostrar la inutilidad de una táctica que, cuando más, nos acercará a la selva, pero no a la meta por la que se afanan, desde tiempos inmemoriales, los hombres civilizados de las más reconocibles tendencias”, escribirá el 15 de julio de 1936 bajo el título “Obligada insistencia”.

El golpe de Franco no le iba a permitir a Rejano contribuir como periodista al logro de una sociedad más justa y libre en una España en paz. Al contrario, iba a someterle a él y a la mayoría de los intelectuales y periodistas españoles al drama de poner su pluma -ya en un periodismo de guerra y de trincheras- al servicio de la defensa de la democracia en una cruenta guerra civil. Y ni siquiera en esas terribles circunstancias, que consideraba imposibles para la creación artística, y aunque puso su pluma al servicio de la causa de la España republicana, abandonaron sus artículos su gran españolismo, su compromiso con la verdad, con la mesura y los valores morales. Si Rejano pensaba que un periodista era casi siempre un trasunto más o menos aproximado de su país, tiene, por todo lo anterior, el derecho a figurar como tal entre los de la mejor España de su tiempo.

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