Tribuna

Luis G. Chacón Martín

Trabalistos, trabatontos, tontívagos y listívagos

Trabalistos, trabatontos, tontívagos y listívagos

Trabalistos, trabatontos, tontívagos y listívagos

Conformar un equipo directivo no es fácil. Hay que aunar capacidades, ideas y conocimientos, sopesar intereses, buscar sinergias y controlar caracteres con el fin de generar una estructura eficaz y sobre todo eficiente que consiga objetivos comunes. Acumular perfiles brillantes puede dar lugar a un equipo inútil, del mismo modo que su ausencia lleva al desastre y la mediocridad sólo garantiza la mera supervivencia, no exenta de complicaciones.

“Distingo cuatro clases de oficiales a mi mando: los inteligentes, los trabajadores, los tontos y los vagos. En la mayoría de los casos concurren dos cualidades. Los inteligentes y trabajadores son para el Estado Mayor; los tontos y vagos, forman el noventa por ciento de todos los ejércitos y son muy aptos para las tareas de rutina. El que es inteligente y, a la vez, vago, se califica para las más altas tareas de mando, pues aporta la claridad mental y el aplomo necesarios para tomar decisiones de peso. Del que es tonto y trabajador hay que protegerse; en ese no se puede delegar ninguna responsabilidad, pues siempre causará alguna desgracia”. Este agudo análisis pertenece al general von Hammerstein-Equord, excelente gestor que supo organizar el mínimo ejército que el Tratado de Versalles permitía a Alemania. Un hombre íntegro, sincero, sarcástico, indolente, algo irreverente y sobre todo, rabiosamente independiente.

Desarrollar la cita exigiría un libro. Pero, intentaré aplicarla a los directivos empresariales. El general valoraba la capacidad intelectual y la de trabajo. La aptitud, fruto de la experiencia y los conocimientos y la actitud ante los desafíos de la gestión. Su genialidad fue descubrir que su combinación da lugar a cuatro tipos diferenciados que, por puro divertimento, denominaré trabalistos, trabatontos, tontívagos y listívagos.

La empresa y el ejército son organizaciones jerarquizadas. Podríamos decir que su Estado Mayor lo forman los directivos corporativos, en tanto que las tareas de rutina serían propias de quienes dirigen al personal operativo.

Trabalisto es quien dedica todo el tiempo, esfuerzo, conocimientos e inteligencia necesarios para conseguir el objetivo marcado. Es ordenado y valora el trabajo sobre todas las cosas. Dada su fijación por el detalle, cualquier solución diferente a la habitual le resulta frívola . Pero es eficiente, útil y necesario en cualquier empresa siempre que se les sitúe en puestos de gestión.

El tontívago es el carburante que mueve el mundo. Asume los procedimientos sin cuestionarlos. No se plantea modificarlos ni mejorarlos, ni se pregunta si existen formas diferentes de hacer algo. Su inspiración revolotea alrededor de una idea básica: siempre se hizo así. Es tan eficaz como ineficiente, obediente hasta la ceguera, ordenado hasta el éxtasis y tan previsible como el giro de una rueda sobre su eje. Situarlo a cargo de la tropa aporta tranquilidad, eficacia, orden y previsibilidad en la gestión lo que, en el día a día, es una bendición.

Según von Hammerstein, “el que es inteligente y a la vez, vago, aporta la claridad mental y el aplomo necesarios para tomar decisiones de peso”. Esta idea choca con quienes consideran virtudes el mero esfuerzo, el trabajo desmedido o el presentismo. Les parecerá heterodoxo defender que lo más importante es el resultado y que este es mejor cuanto menor ha sido la inversión y sacrificio dedicados a conseguirlo. Sin ellos, la Humanidad no avanzaría. Pensemos en el inventor de la rueda, el de la polea, el motor de explosión o el ordenador. La jornada de ocho horas o la semana inglesa se deben a quienes demostraron que, trabajando menos, pero mejor, se produce más. Un listívago se aburre en puestos rutinarios. Su lugar natural es la dirección. Ante un problema, no pierde el tiempo buscando responsables para derivar en ellos su rabia como haría un tontívago, ni indagará en sus causas, buscando en el análisis el consuelo al error como hace el trabalisto. Implementará soluciones eficientes. Puede que la elegida no sea la mejor, ni la más perfecta, pero siempre será la más rápida y taponará las consecuencias del problema. ¿Por qué defendía von Hammerstein que quien es inteligente y vago se califica para las más altas tareas del mando? La razón es muy simple y se resume en una frase de Bill Gates: “Siempre escogeré a un vago para hacer un trabajo difícil porque encontrará una manera sencilla de hacerlo”. Es lo que el general llamaba claridad mental, que combinada con el aplomo, le permite decidir con la misma tranquilidad que otros se tomarían un vaso de agua.

Por algo dejaría von Hammerstein para el final de su definición a aquellos sobre los que nos prevenía. Sufrir a un trabatonto marca de por vida pues, como el gafe, sólo acarrea desgracias. Cuando no se es brillante y, además, no se asume, la salida habitual es ocultar la falta de capacidad trabajando mucho. El estúpido es un genio inventando trabajos inútiles y creando burocracia. Son expertos en cumplir la ley de Parkinson; esa que afirma que el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su realización. Ya dijo Darwin que la ignorancia frecuentemente proporciona más confianza que el conocimiento.

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