Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Flores y pizzas

Cuando vas por la calle con flores o pizzas, las mujeres te miran bien y los jóvenes reparan en ti

Cuando mi hija vivía en El Palo, me puso una habitación muy limpia y muy bien equipada para que pudiera socializar con la gente del barrio malagueño, pasearme por su playa, tomar chocolate con churros en un bar atendido por un camarero granadino que exhibía una malafollá que me hacía sentirme como en casa, y confraternizar con las pescaderas del mercado municipal. Solía comprarle flores, y noté que la mirada de muchas mujeres, cuando me veían con el ramo, era más aprobatoria, tierna y confortable que la que me habían dirigido poco antes cuando aún no lo llevaba. Un hombre con un ramo de rosas genera una aproximación, un entendimiento entre hombres y mujeres y una suspensión de la secreta guerra de los sexos, notables. Las chicas rusas que ocuparon el lugar de los soldados abatidos en el avance fulgurante de las tropas alemanas sobre Moscú consiguieron matar a soldados alemanes con la misma eficacia y, quizá, con más tino que sus camaradas varones. Pero añoraban las flores de sus casas, los olores de las comidas, las charlas con las amigas en el lavadero de su pueblo, los vestidos, los afeites, la dulzura de la vida. Hay quien se resiste a admitir que María Lejárraga, la escritora y diputada socialista (1874-1974), escribió la mayor parte de las obras de su marido, el dramaturgo Martínez Sierra, pero a mí no me cabe la menor duda de que la novela Tú eres la paz (1906), firmada por él, la escribió ella. Y no por su estructura, semejante a la de las novelas que Valera o Galdós publicaban por entregas, sino porque está llena de esas cosas que añoraban las mujeres soldado rusas y que pasan inadvertidas, generalmente, para los hombres: flores, perfumes, sentimientos, cuidados, la dulzura de la vida. Suelo hacer una tarta de Santiago para la comida familiar y la llevo en una caja de pizzas. Normalmente, nadie se dirige a mí ni me dejan sitio en las aceras ni me dan las gracias cuando cedo el paso, pero cuando me monté ayer en el autobús con ella, una pareja dejó de besarse para preguntarme de qué era la pizza. Ya en la calle, al cruzar un semáforo con la caja, un adolescente, que normalmente no me hubiera percibido, mirando la caja con un deseo goloso, me preguntó que de qué era la pizza. Educadamente, le contesté que era una tarta. Flores, pizzas, eres lo que llevas en la mano.

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