Hará dos años que presencie en Bilbao un hecho insólito que jamás habría podido imaginar. Andaba yo deambulando por la Gran Vía cuando divisé lo que parecía una concentración reivindicativa a las puertas de la Diputación Foral. Como no tenía mayor cosa que hacer que esperar la hora del pincho de txangurro gratinado, púdome la curiosidad y acérqueme al acto, aun a riesgo de ser confundido con uno de los manifestantes. Un grupo formado mayoritariamente por mujeres que protestaban contra la regulación del horario comercial que impedía su conciliación familiar. Lejos de ser peligroso, el acto era divertido. Una fotógrafa me pidió que le sostuviera el carrito del Eroski al que se subió para sacar mejores instantáneas y yo accedí, aun a riesgo de provocar un accidente, y me quedé a ver en qué terminaba todo, abducido por los oían mis oídos. Porque, si bien el formato de la concentración podría haberlo encontrado en cualquier punto de la geografía patria, el audio era realmente extraordinario: las arengas estaban subtituladas. Si no lo oía, no lo creía. La líder del evento se dirigía a sus compañeras en castellano para después ser traducida al euskera por una correligionaria. Me felicité para mis adentros. Euskadi era un sitio normal en el que ninguna lengua se imponía sobre otra. Aunque a mi entender, habría sido más vasco hablar primero en la legua local y, para futuras ocasiones, había que valorar la incidencia de los subtítulos en la duración del acto. Con la traducción en diferido, las arengas pierden fuerza y duran el doble. En cualquier caso, me quedé hasta el final. Después de identificar a las manifestantes con las antiguas brujas mediante un difícil argumento dialéctico, la bruja principal ordenó un aquelarre en el que quemarían todo lo oscuro de la ley y danzarían alrededor del fuego. El diablo se apoderó de mí y pregunté a la fotógrafa qué decía la canción que animaba el baile. Pasó la pregunta a la chica de al lado, esta, a la de su derecha y la de su derecha, a la última de la fila. “Pues no sé. Algo de una fiesta para arriba y para abajo”. Para haberlas quemado.

Ayer, el Parlamento permitió el uso de las lenguas cooficiales en el primer pleno de la Legislatura y 350 congresistas tendrán que ponerse pinganillos para enterarse de qué les cuentan. Después, las negociaciones para formar gobierno serán en español y, aun así, será difícil que se entiendan.

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