La última reina de Escocia

Isabel Díaz Ayuso cruzó el charco con la intención de vivir una aventura en un país exótico

Y digo yo, amigo Juanito, que a mí me recuerda a los versos de Nicolás Fernández de Moratín, allá por el siglo XVIII. “Admirose un portugués/ de ver que en su tierna infancia / todos los niños de Francia / sabían hablar francés. «¡Arte diabólica es!» / dijo, torciendo el mostacho, / «que para hablar en gabancho / un fidalgo en Portugal / llega a viejo, y lo habla mal; / y aquí lo habla un muchacho.» Y no puedo sino referirme a las declaraciones en Chile de la presidenta de la Calamidad de Madrid, que diría Maruja Torres. Donde ha relatado con pasión la emoción que experimentó al descubrir que Ecuador no estaba en el ecuador y que allí se hablaba español. Y eso pese a los 8.700 kilómetros que separan Quito de Madrid. Y es que resulta evidente que, si a 500 kilómetros se habla francés y a 1.700, inglés, a tan larga distancia, lo normal es hablar chino mandarín o cualquier lengua de notable exotismo . Con lo que no me extraña que se fuese a Ecuador sin conocer las notas de la última asignatura de la carrera -que tampoco es un impedimento para irse de vacaciones de verano- y que no debió ser Geografía ni Política Internacional. Esas, se nota que debió aprobarlas en un “orgasmus” de esos con los que ahora se quitan la mitad de los huesos de la carrera los universitarios entre fiesta y fiesta. Pero digo yo, amigo Juan, que usted que ha corrido aventuras a lomos de su Vespa gris por toda la geografía conocida y por conocer, cuando se iba a la aventura procuraba informarse un poquito a dónde iba. Que incluso el ficticio médico de Idi Amín en El último rey de Escocia, cuando eligió Uganda para irse a trabajar después de acabada la carrera, se aseguró que allí se hablaba inglés. Y si Ayuso cruzó el charco con la intención de vivir una aventura en un país exótico con un idioma desconocido, debió sufrir su primera decepción al darse cuenta de que los negritos no vestían con taparrabos y llevaban lanza, como cualquier camarero ecuatoriano de un bar Plaza Mayor de Madrid. Es evidente que por aquella época en Madrid no había libertad y la presidenta no podía ir de cañas y ampliar su conocimiento de un mundo que se extiende moñas allá del Manzanares. Todo un descubrimiento en el que debía haber profundizado con el doctorado que nunca acabó. Si hace unos años llega a descubrir que en Madrid también se habla español, nos habríamos ahorrado la Oficina del Español que le puso a Toni Cantó.

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