Me causan gran pena las noticias y reportajes de las desastrosas consecuencias de los últimos temporales de viento, nieve y frío. Nuestro Mediterráneo, además de histórico y trascendente, es bellísimo y provocador de tentaciones insuperables que, por egoísmo y negocio, estamos pagando con generosidad. Las olas del mar han destruido gran parte del litoral. Paseos marítimos, casitas veraniegas, chalecitos próximos a la playa, restaurantes, chiringuitos han volado del suelo impulsados por las olas. Yo me pregunto: ¿de quién es la culpa? ¿De las olas o del abusivo e ilegal emplazamiento de muchos de los casos nombrados? Nuestro Mediterráneo, impunemente, está lleno deAlgarrobicos, irruencias que tarde o temprano la naturaleza enfadada nos hace pagar. Recuerdo aún la antigua Ley de Costas, que por humana, me hace no olvidar su mandato. A la pregunta ¿hasta dónde debe llegar la playa?, contesta más o menos así: "hasta el punto donde llegase el agua en la última tempestad, según los más viejos del lugar". ¿Me explico?

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