Lo hemos conseguido

Evidentemente, el envalentonamiento mostrado por muchos grupos en la anterior legislatura parece ridículo

Decía el canciller alemán Otto von Bismarck que “España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido”. Algo así cabía pensar tras la compleja situación creada a partir de las elecciones gubernamentales. Ahora ha llegado el momento de investir a un presidente y sólo la aritmética parlamentaria podrá hacerlo posible. La participación ciudadana acabó y empiezan los movimientos telúricos entre partidos. Esperemos que esta vez los acuerdos queden por escrito y sepamos a qué atenernos, porque el secretismo y la discreción no son excusas para ocultar futuras cesiones inconfesables.

Tras los primeros momentos de confusión, donde todos los resultados eran magníficos, han llegado la calma y el momento de reflexionar sobre el nuevo equilibrio de fuerzas. Tres partidos han logrado incrementar sus resultados: Bildu con 6 y el PSOE con 121 han obtenido 1 nuevo parlamentario, mientras el PP con 137 consigue 48 diputados más. Esta es la cruda realidad, ya que los demás pierden su poder o mantienen un único escaño, llegando a haber partidos, como la CUP o Teruel Existe, que desaparecen. Muchos son ahora los efectos colaterales que estos resultados tienen, más allá de los puramente demoscópicos. Entre otros cabe resaltar las posibilidades de presentar mociones de censura o recursos de inconstitucionalidad, que quedan prácticamente restringidas a los dos partidos mayoritarios, o las capacidades económicas para la devolución de microcréditos, que atan de pies y manos a algunos partidos entre si.

Evidentemente el envalentonamiento mostrado por muchos grupos en la anterior legislatura parece ridículo y tratar de aglutinar ahora una mayoría entre perdedores es una labor mucho más compleja. Por una parte, todos saben cuánto les ha afectado electoralmente el apoyo a un gobierno de España, y por otra, cada uno pretende mostrar una inconmensurable carta a los reyes magos ante sus votantes. Y el precio exigido para pactar con el ganador de las elecciones es siempre menor al de hacerlo con otros, ya que cualquier decisión estratégica futura tendría que ser apoyada sin fisura alguna, asunto nada baladí. La fuerza centrípeta que ha concentrado el voto sobre los dos grandes partidos es una señal inequívoca de que los españoles están ya hartos de chantajes. Ahora todos deberán saber interpretarlo pero ¿estarán a la altura de ello?

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