Pulpo a feira

Ha llegado el momento de frenar la deriva populista y volver a la senda de la moderación

Las elecciones gallegas de la pasada semana han marcado un nuevo rumbo en la política española. Por mucho que ahora se quiera aislar el problema, tratando de reducirlo a algo local y transitorio, la estrategia política del partido gobernante en España ha quedado maltrecha y las voces internas empiezan a reclamar cambios de mayor calado. Y los posibles casos de corrupción que empiezan a aflorar indican que ya nadie está dispuesto a jugarse el cuello cuando el barco viaja sin rumbo. Ha llegado el momento de frenar la deriva populista y volver a la senda de la moderación y del centrismo democrático pero ¿será necesario cambiar los actores en esa nueva partida?

Haber tratado de convertir los pellets en un nuevo Prestige fue una delirante maniobra de muy corto alcance. Cuando se supo que estos fenómenos eran habituales en las costas de Tarragona, y que ni el estado autonómico ni el central hacían nada para corregirlo, todo el escándalo se fue a pique. Esos paseos glamurosos, tratando de encontrar alguna bolita de plástico que llevarse a la mano, no obtuvieron el rendimiento electoral esperado y acabó enfadando a pescadores, a hosteleros y a gran parte de la ciudadanía gallega en general. Por eso es difícil de entender que haya partidos que, no habiendo obtenido representación parlamentaria alguna, aun no comprendan que los votantes han acabado cansados de la crítica despiadada sin aportar solución alguna.

En la última semana, la campaña contra Feijoó y la amnistía fue ya el culmen del despropósito. Porque era un auténtico boomerang: si había hablado con Junts y se había negado a aceptar la ley de amnistía, perdiendo por tanto sus posibilidades de gobernar España, ¿qué se le podía achacar? Socavar al contrario, reconociéndole sus valores y sus principios, es una estrategia tan rocambolesca que algún día quizás alguien logre entender. Pero la política española se ha convertido en un arcano, donde los que pierden una elección tras otra evitan la autocrítica y amenazan a propios y extraños. Debe ser que aún creen que se puede ir “de derrota en derrota hasta la victoria final”.

Y nuevamente la corrupción hace tambalearse al poder. Haberse obsesionado con las mascarillas del hermano de Ayuso, cuyo caso sobreseído ascendía a 1.5 millones de euros, exige ahora una ejemplaridad en el gobierno y los más de 50 millones investigados, que nadie puede ya evitar. Tempus fugit.

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