Era una de esas historias conmovedoras al máximo, que ponían la piel de gallina con sólo imaginarlo y de esas que te hacen pensar en lo cruel e injusta que es la vida para algunas personas. Una niña con una enfermedad rara con una esperanza de vida de apenas un año si no recibía una operación carísima urgente en un hospital de Estados Unidos. Un padre con un cáncer terminal diagnosticado que había renunciado a tratarse con el fin de volcarse en la cura de su hija. Y, en definitiva, el calvario de una familia marcada por la desgracia y cuya historia no dejó indiferente a nadie tras su aireo en un sinfín de medios de comunicación tras su llamada de auxilio para recaudar de fondos. Todos caímos en la trampa. No creo que nadie pudiera imaginar siquiera que el triste y desesperado testimonio de ese padre clamando por la salvación de su hija fuera una vil y burda mentira de principio a fin. Tratamientos secretos por parte de los mejores investigadores médicos del mundo, viajes a Afganistán bajo las bombas en busca de la ayuda de uno de ellos, multitud de operaciones experimentales en un intento desesperado por alargarle la vida a una niña de apenas 11 años y un listado interminable de calamidades que hacía empatizar irremediablemente con esa familia modelo. Todo para sacar dinero, todo con un fin macabro para aprovecharse de la enfermedad de una niña que no tiene la culpa de nada. Resulta todo tan cruel que casi cuesta trabajo creerlo. Yo lo creí. Me conmovió esa dramática historia. Como madre, traté de ponerme en el lugar de esos padres y se me partió el alma. Recuerdo que el día que leí aquella noticia me costó dormir y pensaba en lo duro que debía ser afrontar la mera idea de que a tu hijo se le iba la vida. Como yo tanta gente que ahora se indigna al ir descubriendo cada día que todo formaba parte de un macabro plan para seguir recaudando dinero con el que vivir con todo tipo de comodidades a costa de una enfermedad de una niña, de la que se duda a estas alturas que sea incluso hija suya y, lo que es peor, que sufra una enfermedad tan grave como la que nos hicieron creer. Produce una rabia inmensa pensar que alguien, menos unos padres, puedan jugar de esa forma con una niña inocente. Pero lo que más indignación me produce, en el caso de que se demuestre lo que ahora un juez investiga, es el daño a la credibilidad de aquellas familias que de verdad necesitan de la solidaridad de los demás para tratar a sus hijos. Eso es imperdonable.

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