El síndrome de Dory

Me siento tan catalán como de todas las nacionalidades que he conocido; me identifico con mis clientes

Erraba Julio Camba en 1920 cuando sentenciaba en su columna La raza que una nación se hace igual que cualquier otra cosa y sólo hace falta un millón de pesetas y quince años de trabajo. Según su teoría, Getafe podría serlo. Se trataría de comprobar la preponderancia de los rubios sobre los morenos, y entre ellos, la de los braquicéfalos sobre los dolicocéfalos. O a la inversa, que tanto monta Isabel como Fernando. Salvo en Cataluña, donde sólo tienen ojos para el aragonés. Establecida la preponderancia de algún tipo antropológico, construiría un idioma a partir de la recolección de los modismos locales, y a los reaccionarios que osasen decir que no lo era, les pediría que definiesen dicho concepto. Y como no podrían, quedarían reducidos al silencio ante la proclamación de la República de Getafe y la fortuna que él habría ganado.

Se equivocaba. El día en que a Iñaki Williams Arthuer le reconocieron su condición de vasco y entró en la plantilla del Athletic, quedó demostrado que el RH no forma parte de la condición de un pueblo y da lo mismo que Puigdemont sea nieto de andaluces siempre que lo olvide. Lo importante es la historia y la memoria que de ella se tenga. Las investigaciones antropomórficas recuerdan a las doctrinas supremacistas de principio del siglo XX. Lo que interesa es descubrir en qué momento del paso del hombre por la faz de la tierra existió un hecho histórico que pueda considerarse un agravio a los actuales moradores del terruño, posibles descendientes de los ofensores. Habida cuenta que desde tiempos de los australopitecos no hemos dejado de atizarnos, encontrar la fecha propicia para reivindicar la independencia de la cueva de Altamira no se antoja difícil.

El profesor Shameless sostiene que el triunfo de las tesis independentistas se fundamenta en la extensión del síndrome del pez Dory, el que en Buscando a Nemo olvidaba todo a los dos segundos. Desde hace años me siento tan catalán como de todas las nacionalidades que he conocido. El ejercicio de mi profesión me lleva a identificarme con la de mis clientes. Antes, mi empatía estaba con los campesinos que murieron durante la Guerra de Sucesión enrolados en ambos bandos para quitarse el hambre a garrotazos. A la mayoría les importaba dos higas si a España entera, imperio incluido, la seguiría gobernado malamente un Austria o terminaba de empeorarla un Borbón. Ninguno de los dos había nacido en Cataluña.

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