Cuento de Navidad

A día de hoy, en cualquier lugar del mundo nace gente de cualquier color

Alas seis de la tarde, doce petos amarillos y azules resuelven la integración del Guadalmedina disputando un partido de futbito sobre el hormigonado de su cauce. De porterías sirven cuatro envases que alguien tiró a un río cuya limpieza volverá a ser motivo de discusión el año que viene. El tono superará el nivel de decibelios deseado. Que no el permitido, porque la administración no suele limitarse a sí misma. El de estos deportistas en cambio es difícil medir. Sus carreras están ahogadas por el canto de las pastorales que, adecuadamente autorizadas e incentivadas por el Ayuntamiento, calientan gargantas y zambombas por todo el centro histórico antes de competir en la plaza de la Constitución. Allí la lucha es dura. A las tres papeleras de PVC que sitian desde hace unos días la fuente renacentista se les ha unido una caseta-contendor de obra que complementa la decoración navideña. Con leves retoques, el adrezo llegará hasta Carnaval. La Navidad en el centro es una feria regada con churros y chocolate. Decido escapar y en mi huida me pregunto cómo debo llamar a estos deportistas. Denominarles subsaharianos sería tan pretencioso por mi parte como decir que son afroamericanos. A día de hoy, en cualquier lugar del mundo nace gente de cualquier color. Inmigrantes, no dejaría de tener cierto tufo clasista. El único hecho objetivo es que son negros, lo que no es ni malo ni bueno; sino simplemente un color. Como el mío es amarillo-flexo.

Pero después del pifostio que se lio porque Baltasar tenía que ser encarnado por un señor de la misma naturaleza oscura que se describe en la última versión de la adoración al niño Jesús, dudo de todo menos de que alguien habrá comprobado que quienes encarnarán a los Reyes Magos, además de un color correcto, serán realmente magos. El año que viene, a Juan Tamariz le sobrará el trabajo. Mis disquisiciones me llevan a desandar mis pasos y comprobar que estos fenómenos han dejado el sitio a los artistas del monopatín. Son blancos, pero usan el río y disfrutan las fiestas de la misma forma. Camino del puente de las Américas, donde abandoné desesperado el coche horas antes, el bullicio va desapareciendo. En una calle donde la ausencia de comercios y alumbrado navideño elimina cualquier razón para pasear, dos señoras que podrían ser mi madre encuentran su particular razón de estar. Trabajando en equipo, escudriñan más rápidamente entre la basura.

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