Con la explícita fórmula "una década perdida para las mujeres" describe la UGT la evolución de la situación social de las trabajadoras en Málaga durante la últimos dos lustros. Muy a pesar de las políticas, los mensajes, las campañas de concienciación y las medidas adoptadas en pro de la igualdad, la discriminación que sufren las mujeres respecto a condiciones, aspiraciones, oportunidades de promoción, liderazgo y brecha salarial es incluso más grave de lo que ya era en 2007, cuando la crisis empezaba a ser una realidad dispuesta a arrasar cualquier criterio de estabilidad. Precisamente, el hecho de que en Málaga se niegue práctica y sistemáticamente cualquier horizonte laboral fuera del turismo entraña un caldo de cultivo inestimable a la desigualdad. Sin industrias, sin innovación y sin puertas abiertas a la aplicación del talento y la investigación, el mercado laboral y empresarial se rige aún por criterios vetustos en los que la mujer sigue siendo una cuestión secundaria. El discurso en torno a la recuperación económica se cierne sobre la asunción de una realidad que tampoco es hoy menos evidente que hace diez años: el trabajo ha dejado de constituir un derecho para ser considerado un privilegio, la opción de pagar por trabajar se percibe cada vez con más naturalidad y la congelación de todo lo referente a salarios, pensiones, incentivos y mecanismos de desarrollo personal es un absoluto que no admite ya cuestión ni matiz alguna. Digamos que sí, que desde aquí es relativamente sencillo mantener vivo el sapo de que España sigue recuperando el territorio perdido por la crisis: todo estará bajo control mientras haya que buscarse la vida en otra parte y quede el personal justo para servir las cervezas a los ilustres turistas. Y quienes más pierden aquí son las mujeres.

El problema es la pervivencia del criterio por el que la desigualdad es un asunto que atañe exclusivamente a las mujeres. Cunde, parece, la letanía del a mí que me registren y tampoco, incluso, faltan quienes creen que sacan partido de la situación de desventaja del otro género: la muerta al hoyo y el vivo al bollo. Sería interesante, por no decir urgente, que se divulgara la idea de que la injusticia ejercida contra la mujer desde el mercado laboral resulta dañina y perjudicial no sólo a las mujeres, sino a todo el mundo. Que la insistencia de determinados sectores (especialmente inmobiliarios y financieros) en mantener la desigualdad como signo propio afecta también a los varones empleados, porque la mecánica que se sostiene es empobrecedora, débil, enferma y resuelta en el más explotador vasallaje. No habrá recuperación que valga sin más igualdad. A este perro ya no le sirve que le cambien el collar.

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