No sé a ustedes, pero para mí lo que me parece más extraordinario de todo este maldito asunto de la renovación del CGPJ y del Tribunal Constitucional es que el PP pueda creer que cumplir o no con la ley, y con la Constitución, sea una decisión política. Que no lo vean como un imperativo legal y moral, sino como una decisión discrecional en manos de quien dispone de escaños suficientes para bloquear cualquier propuesta de renovación.

Ninguna de las distintas excusas alegadas puede justificar lo injustificable. Tampoco la última, por muy improcedente que pueda parecer que el gobierno haya abierto, en plena negociación con los populares, una nueva disputa al proponer la reforma del delito de sedición. Aunque una cosa sea proponer una reforma legal y otra bien distinta incumplir un mandato constitucional.

Una circunstancia que pone a Núñez Feijóo en una situación ventajosa: al levantarse de la mesa, expresa su enojo y mantiene la mayoría conservadora del CGPJ. Si de esa manera hubiese conseguido que el gobierno retirase su propuesta de reforma del Código Penal, le habría impedido sacar adelante los presupuestos. O conseguía, batiendo todos los récords, que los vocales del CGPJ, propuestos cuando ellos gozaban de mayoría absoluta, se mantuviesen toda una legislatura con otra mayoría parlamentaria, o asestaba un duro golpe político al gobierno.

Prestando un mal servicio a la justicia ya que sólo puede explicar el bloqueo ventajista del PP a la renovación su convicción de que la mayoría de esos vocales, que deberían haber sido sustituidos en 2018, comparten su agenda política o sencillamente son de su cuerda. No tengo la menor duda de que en nuestro país el Poder Judicial es verdaderamente independiente, otra cosa es que pueda haber jueces que pongan libremente su independencia al servicio de su ideología, sus creencias o sus intereses. Por supuesto, la debilidad parlamentaria del gobierno facilita al PP su irresponsable estrategia de bloqueo a la renovación de los órganos constitucionales, a costa incluso de debilitar la imagen de España ante la UE (¡qué patriotas!). Puede que nada de esto desgaste al PP, convencidos de que, gracias a su constante deslegitimación de sus adversarios políticos, sus electores los verán como una demoniáca representación del mal. De malos españoles los ha calificado nuestro Bendodo, algo que habrá sacado de algunas de las tétricas arengas del recientemente exhumado general franquista.

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