Tras cuatro décadas y media de vigencia, nuestra Constitución tiene síntomas de padecer la crisis de los cuarenta. Aunque a pesar de verse instrumentalizada y manoseada por quienes pretenden apropiársela de forma excluyente, lo cierto es que una gran mayoría de españoles de distintas ideologías siguen creyendo en su vigencia y en su valor como marco de convivencia. También abogan por reformarla para adaptarse a una realidad social y política muy distinta a cuando la aprobaron las Cortes Constituyentes y fue refrendada por casi el noventa por ciento de los españoles. En Andalucía por el 91,6% y en Cataluña por el 90,05%. Hoy, sin embargo, según un sondeo de 40Bd para el País y la SER, el grado de satisfacción con nuestra Carta Magna se sitúa en 48% en Cataluña frente al 75% en la mayoría de las CCAA españolas. Se puede afirmar que la Constitución resiste razonablemente bien el paso de los años, a pesar de que 58 de los 350 de los escaños del congreso lo ocupan representantes de partidos que en mayor o menor medida la cuestionan o rechazan abiertamente. O que, treinta y tres representantes de la extrema derecha, aunque autodenominados constitucionalistas, defiendan de hecho ideas antagónicas a los valores constitucionales. De las crisis que ha sufrido, la más reciente y probablemente más grave ha sido, junto al asalto al congreso de 1981, el procés y sus efectos secundarios. Una dura prueba para una Constitución que, aunque nacida del consenso, aguanta bien estos tiempos de polarización y máxima confrontación. A pesar de que la sometamos a constantes pruebas de estrés. Nació de un tiempo en el que los que habían sido mortales enemigos se convirtieron en adversarios. Pero décadas después, bajo un espíritu abiertamente inconstitucional, los adversarios vuelven a ser los enemigos.

Pertenezco al porcentaje cada vez menor de españoles que vivimos la transición. Probablemente serían más los que entonces habían sufrido la guerra civil y la posguerra, con la brutal represión y su miseria física y moral. Los años del hambre. Quizás por ello, para una gran mayoría de ciudadanos la transición fue un tiempo de temor e incertidumbre: por no saber si seríamos capaces de encauzar el futuro hacia una convivencia en democracia, o si volverían los fantasmas del pasado tras la muerte del dictador. Por eso la Constitución fue, para la inmensa mayoría, como esa imagen simbólica de la multitud anónima que se abraza en el icónico cuadro de Genovés.

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