Reconozco que antes de escribir he tenido que informarme sobre la persona de María José Campanario. Al parecer es la esposa de un renombrado torero, ya retirado, que sufre algún padecimiento de carácter psiquiátrico y que hacía apariciones esporádicas en programas de televisión donde la intimidad, la educación y el buen gusto son cualidades de obligada ausencia. Pero como no frecuento ese tipo de creaciones artísticas, el suceso último que la ha tenido como protagonista me ha pillado indocumentado. De hecho el tema me hubiera pasado desapercibido si la famosa no hubiera recalado en una institución psiquiátrica ubicada en el mismo pueblo donde hace años veraneo. Esa coincidencia ha hecho que esa falta de conocimiento se transformara primero en curiosidad y luego en alarma.

Me asombra que el padecimiento psíquico de una persona de la que se desconoce ocupación o actividad pueda despertar tal interés mediático como para que un tropel de fotógrafos, cámaras, reporteros y periodistas acudan a las puertas del centro sanitario a la caza, robo o captura de una imagen, un gesto o una frase deslavazada. La falta de pudor y de respeto a la intimidad de una persona que está atravesando un penoso trance es llamativa. Cierto que la que ahora sufre ese acoso -que hay que interpretar como involuntario- ha usado esos mismos medios para hacer declaraciones y ganar popularidad. Pero a pesar de eso, ese seguimiento morboso de cámaras y flashes denotan tal desprecio por la persona afectada que no puede dejar de producir indignación. Sorprende que esa truculencia insana de conocer intimidades y desgracias de famosos sin justificación goza de un numeroso público incondicional que babea ante esas noticias.

Pero la alarma surge cuando al hedor de estos acontecimientos veo como en las inmediaciones del hospital se instala una unidad móvil dispuesta a conseguir imágenes del trascendental evento cueste lo que cueste. Porque lo grave, lo llamativo, lo irritante es que ese alarde no lo hace alguna cadena de las que de esta clase de eventos hace su principal fuente de ingresos, sino que es la Televisión Española, la pública, la que destaca con esa generosidad de medios. RTVE ya no solo es un reducto políticamente sectario, con informativos sesgados y mutilados, sino que también se dedica a fomentar la chabacanería y la zafiedad. Cuando se reivindica un cambio radical en la gestión de la televisión pública también se está pidiendo un cambio de estos lamentables contenidos.

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