Debates con sparring

Hay quien suspira por una legislación electoral que haga obligatorios los debates

El éxito de audiencia que han tenido las entrevistas televisivas de los candidatos a la presidencia del gobierno expresan el interés que en la ciudadanía sigue despertando la discusión política. A pesar del supuesto estado de crispación social, del hartazgo de las continuas polémicas y de la reiteración electoral, subsiste el interés por conocer el pensamiento y la actitud de los principales líderes. Estamos asistiendo a unos supuestos debates devaluados en los que la confrontación real se ha escatimado y se ha tenido que recurrir a unos afamados ‘sparrings’ para poder conocer el pensamiento y la actitud de los candidatos. Motos, Alsina, Évole, Ana Rosa, etc. se han convertido en los médiums imprescindibles para poder asistir a algo parecido a una confrontación electoral, que es lo que en el fondo ansiaba la millonaria audiencia. Que algunos presentadores de estos programas de ‘entretenimiento’ se conviertan en coprotagonistas de la campaña da una idea de la distorsión a la que estamos sometidos,

Tenemos que recurrir a esa ficción, que no deja de ser una anormalidad, porque en esta ocasión al líder del partido PP y a su equipo electoral no le viene bien asumir el riesgo de la confrontación real. Se comportan como el niño caprichoso dueño de la pelota que se cree con el privilegio de decidir cuántos debates hay que hacer, con quién y dónde. Y si no se aceptan sus condiciones, ya se sabe, se va a su casa y nos quedamos sin jugar.

Hay quien suspira por una legislación electoral que haga obligatorios los debates y no dejarlos al albur de la caprichosa voluntad del dueño de la pelota. Pero no creo que sea acertado confiar todo a una regulación casuística y pormenorizada de cómo hacer esos debates, porque siempre habrá formas de evadirse de ellos buscando las mil excusas del desacuerdo en las fechas, los medios, el temario, los asistentes y los miles condicionantes que surgen en este tipo de encuentros. La verdadera fuerza de hacerlos obligatorios y llegar a la madurez democrática que eso significa, radica en la exigencia del electorado. Si los ciudadanos con su voto castigaran a la candidatura que se niega o pone dificultades para celebrar estos encuentros cara a cara, negándole su apoyo, con seguridad que los debates serían elementos imprescindibles en una campaña electoral. O sea, que es la exigencia ciudadana y no la legislación la que tiene en su mano hacer de estos encuentros un elemento imprescindible de unas elecciones.

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