Arroyos convertidos en trampas urbanas
La mayor parte de los cauces de Málaga tienen un carácter torrencial que se acrecienta por la influencia del urbanismo
Lo ocurrido el pasado 17 de noviembre, día en el que a muchos malagueños les vino a la memoria irremediablemente las catastróficas inundaciones que la capital malagueña ya sufrió en 1989, fue sólo un ejemplo más de lo que la naturaleza es capaz de hacer cuando su orden natural ha sido alterado sin ningún pudor por la mano del hombre. Cuencas de arroyos rodeados de mastodónticas urbanizaciones, arroyos encauzados sin tener en cuenta las grandes avenidas que se producen cada ciertos años, arroyos convertidos en calles asfaltadas y arroyos, en definitiva, integrados en una trama urbana como una trampa mortal.
Dice el refrán muy oportunamente en este caso que nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, pero en la capital parece que ni eso. Poco se aprende de los errores a la vista de que tras la inundación de hace tres semanas el debate entre el Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía se centró únicamente en si se habían retirado o no las cañas de los arroyos. Pero ¿alguien se paró a preguntarse cómo influyó la modificación que han sufrido algunos de ellos por culpa del urbanismo desmedido?
Este periódico quiso comprobarlo in situ y ha recorrido de la mano de José Damián Ruiz Sinoga, profesor titular de Geografía Física de la Universidad de Málaga, uno de los arroyos que se desbordó después de la última inundación y que más daños ocasionó en su intento desesperado por encontrar su salida al mar. Para entender lo que ocurrió aquel día, y lo que puede volver a ocurrir si llueve con esa intensidad, no hay más que subir hasta la cabecera de la cuenca del arroyo Caleta, por la que discurren el Toquero y el Carnicero que confluyen ya en la zona de El Limonar.
La cabecera está completamente desprotegida, es decir, carece del suelo que contribuya a retener el agua cuando llueve, lo que hace que actúe como "un gran embudo o colector de aguas de lluvia" que, según el experto, se une peligrosamente a la gran pendiente que caracteriza la cuenca alta de la mayoría de los arroyos de esta zona de la capital. Eso hace que construir una presa que lo regule, como propuso el alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, sería "una bomba de relojería", en opinión del experto, porque "se colmataría en muy poco tiempo debido a los arrastres de suelo que se producen por la erosión y el agua terminaría saltando por encima".
Si a esos dos factores ya de por sí de riesgo, se añade la escasa distancia de apenas cuatro o cinco kilómetros que existe entre la cabecera y el mar, el carácter torrencial del arroyo es más que evidente. "Este arroyo tiene que salvar en muy pocos metros un gran desnivel, con lo que adquiere velocidad, aceleración y energía cinética de arrastre de materiales que lo convierten en un peligroso tobogán de agua", explicó Ruiz Sinoga.
Esas características naturales no adquirirían tanta relevancia, si no fuera porque a medida que la cuenca del arroyo se aproxima a la zona urbana la alteración provocada por el urbanismo comienza a aumentar el riesgo de inundaciones. La primera evidencia de este hecho se aprecia a la altura del Club Hípico de Málaga, donde una obra de hidrotecnia para salvar la carretera que discurre por encima ejerció de tapón en la última gran riada.
Pero los verdaderos problemas aparecen aguas abajo, pasada la autovía A-7. Primero, aseguró el profesor de Geografía Física de la UMA, por el exceso de urbanización que supone el sellado de suelos y su impermeabilización en zonas como Parque Clavero, por donde discurre el arroyo Carnicero antes de unirse con Toquero. Y, en segundo lugar, porque el hecho que solo queden ahora las lascas de pizarra revela que "los suelos han sido removidos y trasladados por la escorrentía aguas abajo", señaló, en la zona conocida como Colinas de El Limonar y donde el arroyo Toquero ha sido encauzado de una forma no exenta de polémica. Por si fuera poco, pequeños arroyos que vierten a su vez a estos dos han visto como sus cauces han sido completamente asfaltados en Parque Clavero, Colinas o el Paseo de El Limonar, lo que hace que "las calles se conviertan en auténticos ríos cuando llueve sin ninguna capacidad de infiltración", advirtió el experto.
El cegado de puentes, especialmente en los últimos tramos del cauce, tampoco contribuye a la evacuación de caudal cuando llueve de forma torrencial. La prueba, dijo Ruiz Sinoga, está en el puente de Don Wilfredo en El Limonar, donde confluyen los arroyos Toquero y Carnicero y donde "el cauce se estrecha peligrosamente hasta reconducirlo por un calle del barrio a la que sólo le falta aceras", motivo por el cual en la última inundación terminaron por desbordarse a esta altura causando cuantiosos daños en la zona.
Hasta llegar al mar, este arroyo aún debe superar otro obstáculo y es la infraestructura urbana que encuentra a su paso, compuesta por alcorques, medianas y pretiles en el paseo marítimo Pablo Ruiz Picasso, que dificultan la evacuación de avenidas, como también pasó ese día. Ya en la playa de La Caleta todavía se refleja lo ocurrido. Los suelos que las lluvias fueron arrastrando en su recorrido se han acumulado en un delta en punta de flecha, típico de la fenomenología torrencial.
El comportamiento de los arroyos de la zona este de la ciudad es prácticamente igual en todos los casos, como también lo es el de los arroyos no regulados aguas abajo de la presa del Limonero, construida para proteger a la capital de las periódicas riadas protagonizadas por el río Guadalmedina, y que también causaron estragos en la zona de Ciudad Jardín tras la tromba de agua caída el 17 de noviembre. Por la margen derecha del río vierten los arroyos Mendelín, de las Patinas y de los Ángeles, mientras que por la izquierda lo hacen los arroyos de Don Ventura, Hondo y del Sastre. Juntos pueden aportar un peligroso caudal si llueve torrencialmente, aunque la ventaja en este caso es que el río está encauzado con paredones en su parte urbana y tiene capacidad para transportar hasta 600 metros cúbicos por segundo.
Aunque no resulta tan evidente, por el resto del entramado urbano de la ciudad discurren un conjunto de arroyos camuflados bajo el asfalto que solo cuando llueve con esa intensidad son capaces de aflorar y mostrar su peor cara. Fue lo que pasó en numerosos puntos de la ciudad y a lo que hay que sumar, según Ruiz Sinoga, "una red de saneamiento y pluviales obsoleta y la carencia de un diseño urbano de evacuación de avenidas con alcorques transversales a la línea de escorrentía y corriente", que dejaron estampas tan inverosímiles como la que quedará en la historia de la avenida de Andalucía.
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