Crítica de Teatro

Canto fúnebre por un oficio

Ramon Fontserè y Julián Ortega, ayer, en el Teatro Cervantes, durante la representación de 'Zénit'.

Ramon Fontserè y Julián Ortega, ayer, en el Teatro Cervantes, durante la representación de 'Zénit'. / javier albiñana

Zenit. la realidad a su medidaHHHHH

Festival de Teatro. Teatro Cervantes Fecha: 12 de enero. Compañía: Joglars. Dirección: Ramon Fontserè. Dramaturgia: Ramon Fontserè y Martina Cabanas. Reparto: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Julián Ortega, Juan Pablo Mazorra. Aforo: Unas 400 personas.

Si Joglars han dado cuenta en no pocos espectáculos de lo bien que le sienta la sátira al Quijote (de En un lugar de Manhattan a El coloquio de los perros), la maniobra adquiere una resonancia especial en este Zénit con el que la compañía mete mano a los medios de comunicación (circo mediático resulta ser aquí una expresión bastante precisa) y con el que termina brindando, como hace en sus mejores embates, una radiografía reveladora del presente. La presencia del hidalgo es en lo que se refiere a la puesta en escena discreta, casi residual, materializada en la figura de un periodista viejo, incapaz de transigir con la posverdad y los criterios que hacen atractiva la comunicación digital pero que se empeña, muy a pesar de sí mismo, en seguir desempeñando su oficio, una práctica que ya es irremediablemente otra y en la que él y todos como él están de más. El periodista se empeñar al becario Sancho y al patinete sobre el que va de aquí para allá Rocinante, y lo hace porque a su profesión le sucede como a la caballería andante: no es que esté pasada de moda, es que resulta directamente ridícula. Pero es este hidalgo, de quien se ríen los listillos por confundir molinos con gigantes, quien con más vehemencia (como solía el propio Alonso Quijano) denuncia que el emperador está desnudo. Zénit es una sátira sobre el periodismo y un ataque al poder que éste, todavía, representa; pero es al mismo tiempo un homenaje a la tarea, una de las más nobles y necesarias de cuantas ha alumbrado Occidente. En este sentido, la sátira adquiere aquí un matiz trágico: Joglars lamentan que el periodismo se ha ido a la mierda, en gran medida porque ésta, la mierda, es el periodismo más reclamado por una civilización que ha sucumbido a demasiadas tentaciones. Y la sátira, aun amarga, funciona.

Joglars insisten en una escenografía vertical que, ahora sí, les sirve para ajustar con feliz criterio su dramaturgia marca de la casa. El sello artístico de la compañía se expande de manera generosa, desde un prólogo soberbio que revisa la misma historia de la humanidad como alimento del periodismo hasta un final que dice bien claro lo que quiere decir. Hay así guiños a la propia escuela de Joglars (la escena del degüello yihadista remite de algún modo a La torna) y una coreografía que compone hermosas imágenes a partir de la música de Tchaikovsky. Zénit descansa mucho en los matices, afina bien su discurso al entonar el canto fúnebre a un oficio por el que quiere expresar al mismo tiempo una sentida admiración; y es ahí, en los elementos seguramente menos visibles, donde la dirección de Ramon Fontserè es capaz de decir más con menos. No obstante, esta precisión se conjuga con una determinación sin medias tintas en las ideas: Zénit denuncia que lo que debía ser periodismo se ha convertido en entretenimiento, y alerta del modo en que la digitalización del sector, sin más reflexión en cuanto a los contenidos que su potencial categoría viral, ha contribuido a reforzar lo que Umberto Eco llamaba "la organización de la estupidez". Fontserè y los suyos remueven la mierda, a veces con cierta ingenuidad, otras errando un pelín el tiro (las empresas de comunicación no han derrochado precisamente invirtiendo en sedes flamantes), pero siempre con valentía y sin miedo a mancharse (geniales el chiste del diputado de la CUP y la recreación de la redacción del ABC). En la trayectoria de la compañía, Zénit es el mejor montaje post Boadella: el que más y mejor honor hace a los Joglars que amamos.

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