Susana Díaz arrancó ayer la jornada navideña con una entrevista radiofónica en la que repasó la actualidad y dejó claro que está deseando pirarse a Madrid, aunque una y otra vez decía que quiere quedarse. Algo extraño, hablarle a la gente como si fuese tonta de baba o como si estuviese toda la población bajo los efectos del whiskazo navideño, pero algo tiene que haber de eso, de amnesia colectiva o de tontura general, cuando los políticos al uso repiten una y otra vez mensajes de supuesta responsabilidad institucional para luego dedicarse a pelear por sus ambiciones personales, entendibles y perdonables si no fuese por la forma tan zafia con la que las ocultan. Y por eso digo que chirriaba escuchar a la doña andaluza decir que ella no está pendiente del lío nacional de su partido, pues se encuentra, según sus palabras, "centrada en Andalucía", cuando por aquí abajo es más que notorio que ella tiene sus labores de gobierno en un segundo plano, con el debate andaluz paralizado o narcotizado y su frágil gobierno cada vez más invisible, repleto de consejeros a los que apenas nadie conoce y sujeto a unas políticas continuistas y plomizas en las que lo único que se aprecia es un intento claro de que todo siga igual cuando es evidente que Andalucía no puede seguir así. A la señora Díaz, sin embargo, nada de esto parece importarle, pues su meta ahora, el objeto de sus pensares y sus sentires, anda en hacerse con el poder socialista español al modo que lo hizo en Andalucía: con el aparato a favor y, a ser posible, sin oposición alguna, sin ni siquiera el moscón alocado de Pedro Sánchez dándole guerra. Y visto desde aquí, desde esta Andalucía dependiente y secundaria, da por pensar que ojalá el trance sea ligero y Susana se monte pronto en el AVE para que el debate andaluz pueda existir y no estar condicionado a sus ambiciones. Quien dice que se va a ir es que ya se ha ido, y eso es lo que no quiere entender una Susana Díaz "centrada en Andalucía" que amenaza incluso con teledirigir a esta tierra desde el foro como si esto fuese un latifundio y ella un señorito cortijero que se toma el vermut en la calle Serrano mientras habla por el móvil con el capataz del fincorro.