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Dijo el futbolista Di Stéfano: “A quien saca pecho, se lo parten”. Y pronto, si eres pura periferia. España es un país con abolengo, pero segundón en la esfera internacional hoy. Nuestra propensión a lo árabe en política exterior no eclosionó con Juan Carlos I ni con la izquierda democrática, sino con Franco, cuyo régimen no fue una cosa ni la otra. Aznar, derecha estricta, viró el timón, y se erigió en atlantista castigador sacando su pequeño pecho en la Guerra de Iraq. Qué obtuvimos de la farsa bélica terrible y de la estafa de las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein es algo difícil de calibrar. Dicen que por la alianza con Bush logró nuestro país estrangular a ETA gracias a los sistemas de espionaje de Estados Unidos. De inmediato, fuimos brutalmente atacados por el terrorismo islamista. El crimen que sale por el que va entrando. Ahora, el Estado español, por mano de un Gobierno en tenguerengue, se postula como actor ideológico global, y se arroga junto a Irlanda y Noruega el reconocimiento pionero del Estado Palestino. Algo que, por cierto, nuestras Cortes habían acordado unánimemente hace diez años.
En un inclemente ejercicio de “violencia de respuesta”, Israel contraataca con sangre y fuego a los crímenes y secuestros de la guerra relámpago que inició Hamas. Esta culpa originaria es ignorada por el antisemitismo. Anteayer, Carlos Colón recordaba las palabras del fundador del movimiento israelí por la paz, Amos Oz, en 1997: es necesario un Estado Palestino; “no hay otra solución porque los palestinos no se van a ir, no tienen adónde. Los judíos israelíes tampoco nos vamos a ningún lugar, no tenemos adónde”.
Ya conocemos todos el eslogan nacionalista: “Desde el río hasta el mar, Palestina vencerá”. En ese enclave está todo Israel, que según tal tierra de promisión tiene que ser aniquilada. Pero los cánticos nacionalistas son parafernalia legitimista. Otra cosa es que Yolanda Díaz, vicepresidenta, haga suyo ese lema, y que Sánchez no la fulmine. Si todos nuestros actos tienen consecuencias, los de los políticos gobernantes las tienen en mucha mayor medida: nos comprometen a todos. Una causa ajena no puede ser utilizada como tabla para sobrevivir al propio naufragio político. Y, cabe reiterar, blanqueando al causante de este desastre: Hamas, que le queda agradecido a España. Disparar soflamas contra Israel –¡destierro!– es un bumerán. La política es el arte de lo posible, dicen, y a veces el teatro pesa más que la obligación de pragmatismo. ¿Damos para sacar tanto pecho? ¿No tenemos faena en casa?
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