Un estudio de unos politólogos estadounidenses, que sitúa a España como el país más polarizado de las democracias occidentales, se ha interpretado como la confirmación de los males actuales de la política española. Sin embargo, dicho estudio, en lo que se refiere a nuestro país, no toma como referencia datos de los últimos años, sino de épocas de gobiernos de Aznar y de Zapatero. De tal forma que en un par de décadas pasamos de ser para el mundo un modelo de transición, basada en el consenso y el diálogo, a la más polarizada de las democracias. Lo paradójico es que sean quienes reclaman para sí -con ardor guerrero- la herencia de la transición, los que en mayor medida han contribuido a acabar con su espíritu excitando la crispación y al frentismo. Mientras la polarización efectiva se convertía en un mal general, nosotros no dejábamos de echar leña al fuego. Haber pasado del bipartidismo imperfecto a pluripartidismo no ha resuelto el problema, los grandes partidos han sobrevivido convertidos en socios mayoritarios de sus correspondientes bloques ideológicos. Lo cierto es que tanta confrontación político-mediática resulte electoralmente estéril: el apoyo a los partidos apenas si ha variado a pesar del ruido. Lo importante no son los puntos que saque en las encuestas el PSOE al PP o al revés, sino qué bloque conseguirá más escaños para investir a un presidente. Abandonada cualquier posibilidad de transversalidad, el PSOE aspirará a reeditar sus actuales apoyos, mientras que el PP dependerá de Vox. El problema es que, dada la naturaleza ideológica de los bloques, los partidos que los forman son a la vez socios y rivales electorales que se disputan la misma franja de electorado. Todo esto en lugar de complejidad ha añadido confusión. Un buen ejemplo es la actual crisis del gobierno causada por las "inesperadas" consecuencias de la aprobación de la ley del Sí es Sí: no se trata tanto de una discusión sobre técnica legislativa, como de una batalla por el relato (como se dice ahora). Es evidente que se ha cometido un error del que deberían derivarse responsabilidades políticas en forma de dimisiones. Muy al contrario, UP utiliza la situación para marcar perfil rojo/feminista frente al PSOE, manteniéndole el pulso para forzarlo a sacar adelante su reforma con el PP. Todo un contorsionismo de UP con el que pretenden convertir su imperdonable error en una potente baza electoral contra sus socios de gobierno.

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