Postales desde el filo

Esperpento

Es el vértigo de enfrentarse a la realidad lo que tiene paralizada y dividida a Cataluña

No parece fácil salir del bloqueo político catalán. La necesidad del soberanismo de mantener la férrea unidad del, cada vez menos homogéneo, bloque independentista impide una solución viable. Tampoco hay posibilidad de formar mayorías alternativas. Los votantes han decidido soberanamente volver a un callejón sin salida. Ellos sabrán. Para resolver el problema tendrían que regresar a la realidad, un territorio hostil para el independentismo. Paralizados por el miedo-el mismo que impidió a Puigdemont convocar elecciones- prefieren seguir atrapados en el bucle soberanista. Por otra parte, la Justicia teje y desteje sus investigaciones, instruye nuevos sumarios y el número de dirigentes independentista investigados (léase imputados) sigue creciendo. Por todo ello, si las condiciones para la normalización a corto plazo parecen imposible, a largo lo serán aún más.

El secesionismo evaluó mal sus posibilidades. Sobreestimó sus fuerzas. Creyeron, como la II República, que la crisis económica e institucional de estos años habían creado las condiciones objetivas para la declaración de independencia. Que hoy sería impensable el uso de la fuerza como la que tuvo que emplear el gobierno republicano en el 34. Pero es un grosero error de análisis confundir la España de hoy, aún atravesada por una grave crisis institucional y económica, con la de la inestable y frágil República. Ni pensaron que el Estado no tendría que aplicar más fuerza que la de la razón democrática. España es una democracia estable, integrada en la UE y miembro de la Euorozona. Como ha quedado claramente demostrado en las últimas semanas, la secesión de un territorio en un Estado de la Europa de hoy sólo es viable en el imaginario independentista. Como es obvio que lo saben, su problema ahora es reconocer ante sus votantes y militantes -como hizo con su habitual desparpajo Farage al día siguiente del Brexit- que les han mentido. Es el vértigo de enfrentarse a la realidad lo que tiene paralizada y dividida a Cataluña. Sin visos de solución.

Políticos y politólogos catalanes se quejan de que en el resto de España no entendemos la realidad catalana, su complejidad. Pero lo cierto es que son ellos los que desconocen la realidad española. No deberían llamar complejidad a lo que es una patología social: qué otra cosa puede explicar que dos millones de catalanes volviesen a votar a los protagonistas, fugados y encarcelados, del esperpento.

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