Hasta las personas más imaginativas reconocen que la realidad es tozuda y que siempre termina por imponer su inexorable ley. Ello no quita que con frecuencia recurramos a la ensoñación para recrear un mundo que cuadre mejor con nuestros deseos. Eso, o cosa parecida, es lo que pasó el martes y miércoles en el Congreso de los Diputados. Para empezar, una moción de censura que de antemano se sabe que no va a prosperar es en el mejor de los casos un simulacro. Pero en ese mundo irreal cada uno se dispuso a asumir su papel como si fuera verdad. Y así, Iglesias Turrión, metido en la figura de candidato, enchaquetado y circunspecto, usó y abusó de su ilimitado derecho al turno de palabra, se apalancó en el atril de oradores y durante más de tres horas disertó sobre historia y diseñó un pretendido programa de gobierno. Abandonó gestos agresivos y adoptó un aire profesoral y jesuítico como si realmente la Moncloa le esperara al día siguiente

Y Rajoy, tan escurridizo siempre, tan amigo del plasma, tan reacio al desgaste y a la confrontación, decidió participar en el debate y acaparar réplicas y dúplicas. Él también tuvo su ensoñación y deseó un Parlamento en el que su único oponente fuera Podemos y así, conseguida esa polarización política, aventuró que su partido siempre sería el ganador. Por eso se unió generoso a esa simulación deseando que nunca terminara esa quimera. Por eso se le notó tan seguro, retador y ocurrente. Y en esa representación tan larga y agotadora, la ficción prendió hasta el extremo de poder contemplar como el diputado Tardá, de ERC, transido de fraternidad con Podemos, anunciaba, con voz de trueno y gestos apocalípticos, la inminente proclamación de la República Catalana. Estábamos en el cenit de la representación. Incluso en este aire de irrealidad y buenos sentimientos llegó a diseñarse un posible cambio de gobierno de la mano del entendimiento entre el PSOE y Podemos.

Pero la representación terminó. Y entonces se cae en la cuenta de que no existe un bipartidismo Podemos/PP, que la aritmética parlamentaria sigue mandando y que a pesar de los deseos de regeneración, si Podemos y Ciudadanos mantienen su veto mutuo y los soberanistas siguen empeñados en el referéndum de autodeterminación, el cambio es imposible. Y que más allá de los sueños de Rajoy, el tablero político es más complejo y nada se puede analizar sin contar con el gran ausente del debate, que lo siguió por televisión desde un despacho de la calle Ferraz de Madrid.

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