Todo por el PIB

Ayer supimos que más de la mitad de los pensionistas españoles cobran por debajo del salario mínimo

Una de las historias más recordadas en estas fechas es la famosa Tregua de Navidad de 1914, en plena Gran Guerra. Aquel año, en una pequeña ciudad belga del frente, los soldados de ambos bandos decidieron espontáneamente hacer un alto el fuego para celebrar juntos la Navidad. Bebieron y comieron juntos, intercambiaron regalos, cantaron villancicos y jugaron un partido de fútbol, cuyas imágenes han pasado ya a la Historia. Fue un momento hermosísimo de fraternidad y de humanidad, en medio de una de las guerras más inhumanas, que a menudo se pone como ejemplo de la necesidad del hombre de sentirse precisamente humano, persona, aún en las situaciones más crueles y despiadadas a las que él mismo se empuja. Sin embargo, esta historia, como casi todas las historias hermosas, tiene un reverso tenebroso, mucho menos popular, pero igual de real. Este brote de humanidad fue enseguida condenado por los altos mandos de ambos bandos, y las Navidades siguientes cualquier intento de repetir el momento fue duramente reprendido. Un sargento británico fue abatido de un disparo mientras se dirigía a celebrar la Navidad con la trinchera enemiga, y varios oficiales fueron duramente castigados por permitir a la tropa intercambiar cigarrillos y cesar el fuego durante unas horas.

La enseñanza de este episodio resulta obvia, nadie quiere que sus soldados sean humanos, porque resulta muy difícil convencer a alguien mínimamente humano de que haga ciertas cosas o tolere ciertas otras. La humanidad, con minúsculas, es un obstáculo constante para el poder, y como todos los obstáculos para el poder, acaba siempre por escasear. Ayer, por ejemplo, supimos que más de la mitad de los pensionistas españoles cobran por debajo del salario mínimo, la mayor parte de ellos mujeres y viudas, o que los desahucios por impago del alquiler han subido un 20% en estos dos últimos años, superando ya a los desahucios hipotecarios. Sin embargo, nada de esto parece ya afectarnos demasiado, porque han conseguido que consideremos mucho más importante tener un país rico que tener un país justo y humano. Han conseguido que restemos valor a nuestras propias bajas, que entendamos sus objetivos como si fueran los nuestros propios, que no pidamos treguas, ni siquiera en Navidad, y que ya solo pensemos en disparar. Y en darlo todo por el PIB.

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