Cataluña se apacigua y arde Madrid, al menos su cámara de ecos mediática que resuena en el resto de España. De ese clima político de permanente reyerta reflejado en los medios nacionales, publicados o centralizados en la capital, podemos deducir que el resto del país no es Madrid. Una evidencia para cualquiera menos para la derecha político-mediática, lo ocurrido el 23J es buena prueba de ello. Desconocemos, de forma fiable, que piensan los españoles de una posible ley de amnistía para los implicados en el procés. El CIS nos podría haber sacado de dudas en su último barómetro, así sabríamos si la caja de resonancia mediática madrileña refleja un estado de opinión generalizado en todo el país.

Para intentar conseguir la investidura, Pedro Sánchez ha tomado el único camino que tiene: uno inextricable. No parece, según la demoscopia, que la repetición de las elecciones nos lleve a un escenario distinto, lo más probable es que volvamos al mismo callejón sin salida. España debe ser el país europeo que, por la imposibilidad de elegir un presidente, más veces ha repetido elecciones en la última década. Si la primera causa de ello es el bloquismo que nos bloquea, no es menos cierto que nuestros procedimientos de investidura son manifiestamente mejorables. No somos diferentes, lo que nos sucede responde al espíritu de esta época en la que las ideologías han sido dominadas por quienes representan su versión más extrema. Visión que acaba convirtiéndose en la nueva ortodoxia. Todo lo que no sea conflicto queda proscrito en política: en EEUU, la democracia más antigua, el Partido Republicano dominado por sus extremistas ha destituido al presidente de la Cámara de Representantes -algo que ocurría por primera vez en 234 años- por haber llegado a un acuerdo con el presidente Biden, para evitar el cierre de la administración y sus catastróficas consecuencias. Para los fanáticos extremistas, un acuerdo se considera una traición. No son las discrepancias, el odio es lo que domina todo.

En este contexto de demonización del acuerdo, toda posibilidad de pacto parece imposible. Lo podemos ver en las actuales negociaciones. Cada una de las partes interpreta de forma diametralmente opuesta la naturaleza y el fin de lo que se pretende pactar. Si una ley de amnistía es para unos un punto de llegada, de normalización, que contribuya a poner fin al conflicto, para los otros sólo es un punto de partida, para reactivarlo.

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