El caftán azul | Crítica

El sastre, la esposa y el aprendiz

  • La cinta de Miryam Touzani, que ha abierto un debate sobre la homosexualidad en Marruecos y el mundo árabe, se proyecta hoy a las 22:15h. en el cine de verano del patio de la Diputación. 

Una imagen del filme marroquí de Miryam Touzini.

Una imagen del filme marroquí de Miryam Touzini.

La lenta y minuciosa elaboración artesanal de un hermoso caftán azul marca los tiempos y la simbólica cuenta atrás de este filme que, con un éxito inesperado en el país vecino y candidatura al Oscar, ha servido para abrir el debate sobre la homosexualidad en Marruecos. Sin embargo, la película de Maryam Touzani va mucho más allá de la apertura de armarios, ventanas y hamanes para acoger una relación triangular que trasciende las etiquetas o las reivindicaciones para hablar de la dignidad, la comprensión, los cuidados y el verdadero amor más allá de las claves culturales o los contextos de opresión patriarcales tan a la moda en el world cinema de hoy.

Porque en el núcleo del filme, que transcurre en interiores y donde apenas atisbamos a ver el cielo de la medina, lo que se pone en juego es la complicidad íntima, resiliente e inexpugnable de un matrimonio, él sastre callado, ella la encargada de llevar el negocio (extraordinarios Saleh Bakri y Lubna Azabal), donde la condición sexual se asume y acepta con naturalidad en la intimidad, incluso cuando la llegada de un joven aprendiz dispara esa corriente de deseo homoerótico que sólo puede desplegarse en la clandestinidad.

Touzani instala su sigilosa y delicada mirada en los gestos y los pequeños detalles, en esos roces en primer plano que, de la misma forma que se toca la materia de una tela preciosa, determinan que el juego de los afectos pertenece tan sólo a aquellos que realmente están dispuestos a cuidarlos. Ni siquiera la irrupción de la enfermedad y el apunte del melodrama consiguen desbaratar el tono preciso de un filme que sabe sortear todos los peligros de la denuncia ambiental para convertirlos en materia sensible de primer orden.

Como ya hiciera en Adam, también protagonizada por Azabal, Touzani se aproxima a los cuerpos y las miradas como vectores de la honestidad, la dignidad y la verdad, como marcas de la aceptación y el relevo que hacen de este un filme tan poético como político, tan empático con sus personajes como elegante y sutil en su despliegue formal. Y esa, sin duda, es su mayor conquista más allá de la apertura de debates o su instrumentalización pedagógica.