La Málaga que no ven los turistas... Y la que nadie debería ver
municipal | el doble rostro del casco antiguo
El casco antiguo esconde rincones ruinosos, alejados de los tradicionales itinerarios, y otros más visibles en los que el visitante comparte estampa con proyectos olvidados y esqueletos edificados
Toda gran ciudad esconde una cara menos lustrosa, ajada por el transcurrir de los años y el abandono, escondida a los ojos de los miles de transeúntes que sí disfrutan de sus calles amables y mejor vestidas. Málaga no es una excepción. La capital de la Costa del Sol es por méritos propios un destino turístico urbano en alza como bien demuestran las estadísticas, números que la colocan como la que más crece en este segmento en los últimos ejercicios. La presencia masiva de visitantes puede palparse con los sentidos en su paseo ordenado por los itinerarios físicos establecidos y normalizados. La Plaza de la Merced en búsqueda de la casa donde nació Pablo Ruiz Picasso; tránsito hacia calle Granada para girar a mano izquierda, hasta toparse casi de manera disimulada con la calle San Agustín y con la fachada medio escondida del Museo Picasso...
Dos piezas clave del recorrido marcado sobre el mapa de lo conocido. Pero la geografía del centro, al que le ha salido competencia con Muelle Uno y la próxima apertura del Centro Pompidou, tiene impresas coordenadas de rincones menos amables a la vista, menos agraciados con el gesto de las administraciones públicas. Sí, hay calles almidonadas con reurbanizaciones de pocos años atrás, pero en las que se extienden aún solares baldíos, terrizos hambrientos de ladrillo.
La transformación del casco antiguo de la ciudad es más que evidente. Los testigos del día a día lo certifican con sus testimonios. Poco que ver esta Málaga con la de hace un lustro o una década. Aunque ello no oculta la existencia de taras aún por solucionar. Tomás de Cózar y Beatas, nombres propios de la asignatura pendiente que sigue estando pendiente. Por más que la iniciativa privada, con el aval de la propia Administración local, ha cosido heridas de antaño, ambas vías de la judería siguen pendientes de ser reconstruidas en su integridad.
Edificios ruinosos se levantan como esqueletos de antiguo en Tomás de Cózar, donde comparten vecindad con parcelas gigantescas con un destino marcado por una pintada en la que se lee Se vende. Es el hoy y el ayer de este espacio tan simbólico como dejado. Muchos han sido los intentos municipales por curar la enfermedad, escasos los éxitos logrados.
Fernando es propietario del Hamman situado en la esquina de Tomás de Cózar. Regenta este establecimiento desde hace doce años, circunstancia que lo convierte en testigo privilegiado. "Comparado con lo que había, la zona está mucho mejor", comenta. Su recuerdo le lleva a unos años en que la vía era "el último reducto de venta de heroína". Admite que el entorno ha mejorado, si bien pone el acento en la necesidad de actuar sobre los vacíos que persisten. ¿Cómo? "O se expropia o se obliga a los propietarios a actuar", enfatiza, al tiempo que advierte de las dificultades que muchos promotores tienen para invertir.
Su planteamiento formó parte de la hoja de ruta del equipo de gobierno en algún momento de los últimos mandatos. Nunca acabó por materializarse la enajenación de unos suelos anclados en el pasado y sin horizonte claro de transformación.
A apenas dos metros de la entrada del negocio de Fernando, una gran pintada cubre parte de la fachada de un edificio de viviendas anejo. La marca del grafiti está a la orden del día en toda la zona. Fernando valora el esfuerzo que se ha hecho en la capital para convertirla en apetecible al visitante. "Antes la gente llegaba y se iba, ahora eso no ocurre", apunta.
Una estrecha callejuela comunica Tomás de Cózar con Beatas, calle rejuvenecida por la apuesta de los privados de edificar donde no había nada o rehabilitar lo que estaba muerto. A la tradicional sede de la agencia de publicidad El Fuerte se han añadido en los últimos tiempos una vinoteca y la sede de la Alianza Francesa. En pocos meses emergerá una incubadora de Promálaga destinada a economistas. Es la cara positiva de la transformación, demorada más de lo que se podría esperar. Sin embargo, en esta misma vía, un solar sin destino claro; un bloque medio ruinoso en el que se observa una cartela informativa en la que se lee: "Licencia expedida en 2010".
Y todo ello a escasas decenas de metros del primer gran icono cultural de Málaga, el Museo Picasso. En una tienda de souvenirs aledañatrabaja Lucas, argentino de nacimiento. "La gente que llega está muy a gusto con Málaga, se queda gratamente sorprendida", explica. Asegura que los testimonios que le llegan de turistas son generalmente positivos. Poco que ver con esa cara b del centro. "Me encanta Málaga; presumo mucho de Málaga", ratifica.
El recorrido por el centro es también un paseo por las piezas marcadas en rojo por las administraciones, propuestas de inversión que acabaron lastradas por el peso de la crisis económica y apartadas del camino de los logros. Edificaciones abandonadas que también forman parte del paisaje ordinario de los visitantes. Es esa Málaga que no deberían ver porque ya tendrían que haber sido proyectos ejecutados. La manzana de los antiguos cines Astoria y Victoria mantienen intacto su abandono en la Plaza de la Merced; a sus espaldas, el solar donde hace unos meses se levantaba el antiguo cine Andalucía.
En la calle Granada, junto a la Iglesia de Santiago, dos grupos de turistas, llegados a lomos de sus bicicletas, comparten la estampa con la gigantescas ruina del Palacio del Marqués de la Sonora. Del mismo sólo se mantiene en pie las fachadas, cubiertas por un lienzo verdoso. Era en este privilegiado solar en el que se proyectaba un hotel de cinco estrellas, iniciativa privada que pasó a mejor vida. Ahora, la Gerencia de Urbanismo mantiene la amenaza de una posible puesta en subasta del terreno en caso de que los dueños se mantengan inactivos. A finales de año se verá.
En la calle San Agustín, esa misma que sirve de cobijo a las obras de Picasso, se levanta el antiguo colegio que lleva el mismo nombre que la vía y que sigue esperando la llegada de la biblioteca provincial. En la puerta de entrada luce una pequeña placa en la que se lee: "En este edificio, antiguo Ayuntamiento de Málaga, tuvo su taller-palomar José Ruiz Blasco, padre de Picasso". Ni tan simbólica referencia ha servido para recuperar la esencia de la cuna del progenitor del artista universal.
Toda gran urbe esconde secretos dignos de no ser descubiertos salvo por aquellos que son más próximos. Es esa ciudad partida, separada del itinerario que interesa mostrar a los que la visitan. Calles en blanco y negro, que a pesar de los esfuerzos, siguen alejadas del colorido de Larios, la Constitución, la nueva estampa del Puerto. Pero incluso la Málaga amable de estos ejes deleita a los turistas que a decenas de miles llegan cada año con copias denigradas de lo que deberían ser y no son. Los contenedores de basura repletos en la Plaza de las Flores, la ruina en los volúmenes, el vacío en la superficie. Y la mala hierba acumulada en las faldas de la Alcazaba, a modo de corona desvirtuada del Teatro Romano.
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