Mirada al viejo Perchel de Málaga

"¿El Perchel? Para mí no existe. Sólo es un nombre", afirma el historiador malagueño Víctor Heredia

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Vecinos, este viernes, observando los trabajos de demolición en Callejones del Perchel
Vecinos, este viernes, observando los trabajos de demolición en Callejones del Perchel / Carlos Guerrero

Con el rumbo puesto en los Callejones del Perchel, uno de los últimos reductos en sucumbir a la transformación en la mitad sur del barrio, la mente se va a otras dimensiones mientras dura la caminata. Se da por descontado que tras un tiempo sin hacer el recorrido el callejero habrá dado un vuelco. Aunque no es hasta que se establecen conexiones mentales con generaciones antecesoras, a fuerza de toparse con estructuras casi desnudas que se vuelven a completar de nuevos ladrillos, cuando la realidad golpea con el mismo ahínco que la excavadora que todavía trabaja en la zona. Cascote a cascote, se avanza hacia un modelo que no deja lugar a lo que hasta hace unos años era la norma.

"¿El Perchel? Para mí no existe. Sólo es un nombre", afirma con rotundidad el historiador malagueño Víctor Heredia, que pone en la diana la "continua política de demoliciones" como principal destructor de su esencia. Y no porque niegue la entidad del barrio, que asemeja por sus grandes dimensiones, su heterogeneidad y su relación con las aguas fluviales al barrio sevillano de Triana, sino por los grandes cambios de los que ha sido objeto. "No se ha respetado la parte decimonónica. Queda muy poco de su arquitectónica".

La primera localización que se le viene a la mente al experto, que traza un recorrido que este periódico se encarga de visitar, es la calle Ancha del Carmen, muy próxima a los Callejones en los que los operarios, enfundados en chalecos amarillos, siguen trabajando en tareas de derribo y desescombro. De la calle en cuestión, un desespero para los más puristas, considera que apenas "queda algo" una vez finalizadas las múltiples actuaciones efectuadas en ella, con la sustitución del firme como una de las evidencias más sólidas, pero lejos de ser la única.

Durante la visita, la vía pública, a juicio del experto esquilmada de elementos memorialistas, está, eso sí, recién baldeada, con el agua acumulada en un surco en el centro a todo lo largo, obligando a los viandantes a pasear por los extremos. De esa misma manera lo hacía una pareja de extranjeros, con un niño rubio de no más de cinco años, que se detenía a la altura del número 57 a fotografiar su fachada, adornada por unas jardineras de las que además de flores cuelgan de perchas varios vestidos de flamenca de colores.

Interior del Corralón de Santa Sofía.
Interior del Corralón de Santa Sofía. / Carlos Guerrero

A unos metros quedan la Iglesia y el Mercado del Carmen, que aún recibe al público con un cartel que limita el aforo a 130 personas por el covid. La vida de barrio continúa en su interior a escala reducida, con hileras de tres o cuatro clientes que a juzgar por las conversaciones parecen fijos, eso en aquellos puestos que no mantienen su persiana bajada, que no son pocos pasadas por los pelos las doce de la mañana.

Una de esas compradoras fieles es María Sánchez, que siempre que puede se desplaza a estos comercios para hacer sus recados. "Saben lo que me llevo y la calidad es estupenda, ¿por qué iba a cambiar?". Al otro lado del mostrador, mientras se despacha la fruta, la carne y el pescado, se escucha más de una vez desear un buen finde o preguntar por quehaceres de la vida cotidiana: cortesía o trivialidades que se echan de menos en las grandes superficies.

Sea como sea, Heredia lamenta que cada vez son menos los percheleros de pura cepa que hacen uso de sus infraestructuras, sobre todo porque el número de personas que ha nacido, crecido y vivido en el barrio está disminuyendo. "La renovación ha hecho que muchos habitantes hayan tenido que emigrar. Ha habido una diáspora. Eso hace que queden pocos con pedigrí de barrio. Ahora tenemos una nueva realidad, en la que quedan algunos, pero hay mucha gente de fuera".

La imagen se hace patente en la misma calle La Serna y la contigua Plaza de Toros Vieja, que conecta primero con Cuarteles y luego con Salitre, más abiertas que el entramado de callejuelas y callejones a los que dan salida, por donde transita una representación nada desdeñable de ciudadanos de países miembros de la ONU.

Superados los solares que quedan a la altura de Malpica, y con ellos las vallas de obras y grafitis en cualquier superficie, sirve de facto como separación entre la parte sur y la norte la avenida de Andalucía, alrededor de la que orbitan varios gigantes de cemento, representantes de la Málaga más reciente, como son los antiguos edificios de Hacienda y Correos, y El Corte Inglés. También entran en esta categoría las obras de ampliación del Metro al Hospital Civil, que han sacado a la luz un tramo del arrabal de Attabanim a la altura de Armengual de la Mota.

Vista de Santo Domingo desde la otra margen del Guadalmedina.
Vista de Santo Domingo desde la otra margen del Guadalmedina. / Carlos Guerrero

Todos, en cualquier caso, quedan muy lejos de los usos antiguos del territorio, que posee un pasado remoto ligado a actividades que van desde la pesca hasta la industria, con la que se forjó como el barrio popular que a día de hoy se "enmienda" con operaciones urbanísticas de nuevas viviendas, pero también dedicadas al turismo.

Es el diagnóstico del presidente de la Asociación de Vecinos de El Perchel, José Antonio Fernández, que señala que "desde que los pisos turísticos se pusieron de moda parece que no hay otra cosa". Y quien recuerda que este barrio ahora lejos de su esplendor histórico centró la atención de Cervantes en su universal Don Quijote.

Al pasar por la calle Montes de Oca una parada obligatoria es el Corralón de Santa Sofía, el más antiguo de la ciudad, que sirve siquiera para curar algunas melancolías junto a las reformas de las casas decimonónicas de las calles Cerrojo y Calvo. Recuperado a finales de los ochenta, el corralón, y aquí hay quorum, conserva las señas de identidad de un tipo de construcción que alcanzó su cenit en el siglo XIX. Por lo que nada más cruzar el umbral no quedaba otra que echar mano de frase hecha, por aquello de que el tiempo pareció detenerse, o retroceder, con un patio en perfecto estado de revista, barandillas de madera y flores adornando el espacio.

Aspecto semejante, con un completo despliegue de macetas y plantas, presentaba la entrada de calle Martinete a la altura del arco conmemorativo, custodiada por tres mosaicos de Dolores del Puente, la Humillación y la Estrella, y cuyo entorno quedaba ornamentado con la vistosidad de varios naranjos aún sin recoger a las puertas del Conservatorio Superior de Danza. Y ya en la colindante plaza de la Religiosa Filipense Dolores Márquez, a un costado de la iglesia de Santo Domingo, los contrastes percheleros volvían a hacerse patentes, con dos sintecho durmiendo en unos bancos, operarios trabajando en la señalética de la carretera y trasiego de viajeros del Hotel Ibis.

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