La vida de Javier Soto: de guardaespaldas de Hohenlohe en Marbella Club a descubrir huesos con 1,2 millones de años

Rechazó a Adnan Khashoggi, fue botones de hotel, marinero, agente comercial y explorador; salvó la vida a una quincena de personas como espeleólogo

Javier Soto en una excavación.
Javier Soto en una excavación. / Archivo personal

Durante tres años, Javier Soto fue en el Marbella Club el guardaespaldas de Alfonso de Hohenlohe.

–Entonces tenía 26 años y estaba fuerte como un toro, me ponía en una mesa detrás de ellos para que no les molestasen a él ni a su mujer, Jocelyn Lane.

En las galas benéficas para recaudar fondos destinados a la lucha contra el cáncer, la gente se colaba. Los ricos, bien vestidos, se metían por la zona de la piscina. Se juntaban unas 300 personas y no había plazas para quienes habían pagado. Alfonso me dijo: no tienes que dejar pasar a nadie que no pague. Hablé con la Guardia Civil del cuartel El Ancón y destinaron a dos agentes para que vigilaran la entrada por la playa, yo lo haría en la parte de arriba con los guardacoches.

–Usted no se sabe quién soy yo, me soltó el yerno de Franco.

–El que no sabe quién soy yo es usted, le respondí al marqués de Villaverde.

Había venido acompañado por un sobrino. Les pedí las entradas, no tenían, y no les dejé pasar.

Se sentó en los guardabarros del Rolls Royce hasta que en un momento le dijo a su sobrino que fuera a la casa por las invitaciones. Volvieron con las entradas y pudieron pasar.

Javier Soto, a la derecha, con un compañero.
Javier Soto, a la derecha, con un compañero. / Archivo personal

A las tres de la madrugada el marqués de Villaverde salía del brazo de Alfonso y al verme le dice: "A este no quiero verlo más en la vida, me ha puteado".

–Es el mejor empleado que tengo y seguirá aquí, le dijo Hohenlohe.

Al tiempo, el marqués volvió y me dijo: "Buenas noches don Javier".

En la marina aprendí a no dejarme avasallar. Si te pisan la punta del pie te comen.

Una noche estaban Adnan Khashoggi y su mujer Soraya en el Marbella Club. Ella perdió una pulsera de una tonelada. Le pregunté a los camareros y me dijeron que no sabían nada. Antes de que terminara el turno fui adonde tenían los armarios hasta que uno dijo que la encontró. Le avisé que tenía la pulsera y Khashoggi envió a un japonés para que la recogiera. Me dio mil dólares.

Khashoggi tenía cuatro guardaespaldas, dos yugoslavos como armarios, armados con unas ametralladoras israelíes Mini Uzi y dos japoneses con sendas pistolas. Cada uno de los cuatro se ponía en una esquina de la estancia donde estuviera su jefe.

Jaime de Mora me propuso que fuera a trabajar con Khashoggi, que me iba a pagar tres veces más que lo que me daba Hohenlohe.

–No voy, así como ahora me quiere, otro día me deja tirado en Las Bahamas, le dije. Después, con la empresa de electricidad le hicimos la instalación en su finca de La Zagaleta.

En 1977 corría mucha cocaína. Le comenté entonces a Hohenlohe que dejaba el trabajo de guardaespaldas y me ofreció ser el director de la discoteca. Le dije: si me quedo aquí me lío con la coca y el dinero. Me voy, que tengo una mujer y dos hijos.

Con Juan Alcalá Zamora, a la derecha, sobrino nieto de Niceto Alcalá Zamora.
Con Juan Alcalá Zamora, a la derecha, sobrino nieto de Niceto Alcalá Zamora. / Archivo personal

Se sabe cuando se entra pero no cuando se sale”, rezaba un cartel que habían colgado los empleados del hotel Don Pepe, en el que Javier Soto trabajó desde muy joven algunas temporadas de la mano de su padre.

–Las jornadas de doce horas eran lo normal y que tres o cuatro veces a la semana se alargaran hasta las catorce o dieciséis horas. Si a las nueve de la noche llegaban clientes el protocolo de bienvenida duraba unas tres horas y te daban las doce. Salías a la medianoche y entrabas a las nueve de la mañana del día siguiente.

Corrían los años de la implosión del turismo cuando en 1967 se organizó una huelga.

–El personal se plantó en el office del hotel, maitres, camareros todos en pie, firmes. Bajó el director, don Mateo Bosh, mirando a todos preguntó: "¿Aquí qué pasa?"

–Verá usted, comenzó a hablar uno. Bosh le interrumpió y le dijo "estás despedido", y así lo hizo hasta con quince tíos que se atrevieron a abrir la boca.

–Si no están ustedes lo resuelvo con los técnicos y otro personal, dijo. Ahí se terminó la huelga. Era lo que había. Los sindicatos no existían.

Mi padre era somelier, descansaba los lunes, que iba a Málaga a cobrar las comisiones de los vinos que vendía. Por su trabajo le concedieron la medalla al mérito turístico. Primero era de plata, hasta que después le avisaron que se habían equivocado, la suya sería la de bronce y la de plata para el párroco Rodrigo Bocanegra. Un tiempo después se encontró con Manuel Fraga (ministro franquista de Información y Turismo) y le dijo:

–Con que me den una chapa de chorizo Revilla, yo estoy contento.

“La marina te llama”, fue el anuncio, que vio en 1967 y le llevó a abandonar el hotel.

–Era un buen estudiante, prefería probar en la marina. Había varios oficios que se podían aprender y opté por la electrónica, estuve un año en Vigo.

El padre de Javier Soto sirve vino en la mesa de Menuel Fraga.
El padre de Javier Soto sirve vino en la mesa de Menuel Fraga. / Archivo personal

En Ferrol en un registro de mis pertenencias encontraron un libro de Mijaíl Bakunin (filósofo anarquista) y otro de Carl Marx, me acusaron de ser comunista y me metieron en la prisión militar de Carranza.

–Yo en mi puta vida he sido comunista, los libros me los había dejado un profesor que me dijo, te van a gustar. Y me los llevé para leerlos en los ratos libres. Me empaquetaron 18 años. Al final me castigaron con la pena mínima de seis meses.

En 1970 murió mi padre, a los 45 años, de una leucemia. Decidí entonces licenciarme de la marina.

Mi padre era un buen comercial. Trabó una buena relación con el futuro rey Juan Carlos, quien le propuso servir en la bodega de La Zarzuela. Durante seis o siete años nos llegaba cada fin de año la felicitación de Juan Carlos y Sofía. Mi padre tenía todo un futuro por delante y mi madre quedó en una muy mala situación.

Volví a Marbella haciendo autoestop y colándome en los trenes. Cuando llegué a mi casa, mi madre no me reconoció. Había perdido 25 kilos en la cárcel. Volví a trabajar en el Don Pepe, estuve unos diez meses y no aguanté más. Los clientes me llamaban desde las mesas para darme el pésame por mi padre.

En 1976 monté con un amigo una empresa de electricidad para barcos en Puerto Banús, para luego dedicarnos a las viviendas. Era también comercial en Viuda de Brown, una empresa de maquinaria industrial de hostelería para completar el sueldo, también hice unos cursos de marketing en Málaga.

Un amigo me dijo un día: "He visto tu fotografía en el periódico". Me enseñó un anuncio en el que solicitaban un jefe comercial, averigüé que era para el Banco de Andalucía. Me presenté ante el director y le dije: "Para el puesto que ofrecéis, el mejor soy yo".

–Tú no tienes abuela, me respondió riendo.

–No, lo que no tengo es una abuela con quince millones de pesetas, sino, no estaría aquí.

Estuve diez años, mientras iba por las tardes a la empresa de electricidad que había montado, donde estaba hasta la once de la noche para llevar los papeles.

Creía que en los bancos se pagaba bien pero veía que con mi sueldo ni siquiera tenía para invitar a un cubata a un cliente en Puerto Banús. Volví de comercial por las tardes a Viuda de Brown.

En las navidades de 1982 robaron las 182 cajas de seguridad del Banco de Andalucía, donde trabajaba Javier.

Me acusaron de que había sido yo. La policía me tuvo detenido durante 72 horas. Cinco policías me sometieron a un interrogatorio. Esas navidades yo había estado en Cazorla hasta el día uno de enero y el robo se produjo el 25 de diciembre.

–Tú me dices quiénes son tus compañeros, yo me cuelgo una medalla y tú te vas a la calle, me propuso un policía.

Mantuve que yo no había sido y al final me dejaron en libertad.

Unos días después la brigadilla de la Guardia Civil golpea mi puerta y me dice que tengo que acompañarlos al cuartel de Leganitos. Les pido que me dejen terminar de comer. Llego allí y me amarran a una silla.

–Aquí vas a cantar por soleares, me dicen y se arremangan las mangas de las camisas dispuestos a pegarme. Entonces entró un teniente y les dice: "¿Pero que cojones es esto?" Y dirigiéndose a mi me dice:

–Aquí no ha pasado nada, márchese a su casa. Pasé un susto tremendo.

Con el tiempo me enteré que el director del banco, un tontopollas, fue quien me denunció.

Se presumía que para cometer el robo los ladrones tenían un contacto dentro del banco.

–"Sé quien es, es un joven que tiene un taller de electrónica", dijo para señalarme ante la policía.

Un italiano con una mujer de muy buen ver frecuentaban al director. Ella le comentó que tenía unas joyas de su madre y quería saber si era seguro dejarlas en este banco.

–"Las cajas son muy seguras, si la alarma a veces ni funciona", les comentó.

Los ladrones hicieron un butrón para llegar al sótano del banco y acceder a las cajas de seguridad. El mismo director, un pobre desgraciado, le había alquilado al italiano un chalé durante dos meses.

En Italia con colaboración de la policía española dieron con los ladrones.

Parte del botín había desaparecido y las piedras preciosas las habían desmontado. Hubo el caso de algún cliente que murió de un infarto al ver su caja de seguridad vacía. Jaime de Mora perdió las joyas de su madre.

–"Mi destino es no tener un duro, pero me hubiese gustado dejar las joyas a mi mujer", dijo y ni se inmutó.

En algunas cajas de seguridad para alquilar había 40 millones de pesetas, alguno guardaba las fotos de su mujer con su amante, en medio de dinero y joyas. Unos clientes consideraron escasas las medidas de seguridad del banco, que para la propia policía resultaban endeblitas. Se presumía que algunos clientes extranjeros tenían joyas, colecciones de monedas y objetos de valor traídos de sus países sin autorización y que otros guardaban dinero negro en las cajas de seguridad.

Eudald Carbonell, Javier Soto y Santi.
Eudald Carbonell, Javier Soto y Santi. / Archivo personal

Explorador, espeleólogo y amante de la Prehistoria, Javier Soto fundó hace cincuenta años con un grupo de amigos la Sección Espeleológica Marbellí con los que acudió en muchas ocasiones al rescate de excursionistas perdidos en las cuevas de la provincia. La acción más recordada la protagonizó en 1976, donde salvó la vida a cinco espeleólogos perdidos en la Cueva del Gato.

–He sacado a una quincena de personas con vida de las cuevas y a tres muertos.

Aficionado a la arqueología y la paleontología participó en excavaciones en el yacimiento de Atapuerca durante 14 temporadas en busca de homínidos de 1,4 millones de años. Buscó neandertales en la Cueva Horada de San Roque (Cádiz); en Zamborino (Granada) o en el Peñón de la Reina y en los Millares, de Almería.

Colaborador del Museo de la Evolución Humana de Burgos, formó parte del equipo que descubrió en la Cueva del Elefante los restos fósiles de una muela y un mentón de 1,2 millones de años, considerado de los más antiguos de Europa.

En Sierra Blanca halló restos de un parietal y una muela de un preneandertal, que vivió hace más de 600.000 años y perduró al menos hasta mediados del Pleistoceno. Fueron examinados por los directores de Atapuerca, Eduald Carbonell y Bermúdez de Castro, y se guardan en el Departamento de Antropología de la Universidad de Granada.

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