"La familia es como un terrario donde hay muchos bichos"
Pedro Simón. Escritor
El periodista regresa con ‘Los incomprendidos’ (Espasa), un libro en el que explora las relaciones de los padres con sus hijos adolescentes, “que siempre tienen el dedo en el gatillo”
Tras Los ingratos, Los ingratos,Premio Primavera de Novela 2021, prosigue el escritor y periodista Pedro Simón con su trilogía sobre la familia y los afectos con Los incomprendidos (Espasa), donde los hijos adolescentes son los grandes protagonistas.
–Esa niña de la foto me quiere muerto… El arranque de la novela es demoledor, casi una declaración de intenciones de lo que se va a encontrar el lector.
–Los libros tienen que ser como los buenos reportajes, tienen que empezar con algo que te agarre de los pelos y tire de ti. Un novelista tiene que ser como un taxista, alguien que te lleva de viaje, sin que le digas por dónde tiene que ir. Y a mí me gusta que los viajes siempre comiencen con mucho rock y con asuntos que nos interpelan a todos. Todos los que somos padres y tenemos hijos en edades complicadas hemos tenido la sensación alguna vez de que nos han mirado como si nos quisieran matar, y antes nosotros hemos querido matar a nuestro padre, alguna vez. Y por eso esa primera frase.
–Realidad y ficción se dan la mano en Los incomprendidos, ¿cómo surgió?
–La novela surge de muchas sobremesas con amigos, en las que siempre acabamos hablando de los hijos, y si son adolescentes acabamos hablando con más fiebre. En estas charlas me doy cuenta de que hay algo que nos concierne a todos y que tiene ver con ese géiser, que se mueve entre el monosílabo y la coz, que es la adolescencia, en la que los chavales tienen siempre el dedo en el gatillo. Los padres vivimos como muy angustiados, cuando tenemos un hijo en esa edad, y me he dado cuenta que hablar de esto es compartir una mochila y eso alivia, ya que nos ayuda a verbalizar nuestras incomprensiones. Como dice Javier, el protagonista de la novela, somos esa generación que dejó el mejor sitio de la mesa a su padre y ahora se lo dejamos a nuestro hijo. Apostamos muchísimo a la ficha de nuestros hijos, de tal modo que si a ti te va bien, pero a ellos no, hay una sensación de fracaso, y viceversa. Al final ser padre es poner todos los huevos que tienes en la cesta del otro.
–¿Mantenemos en la actualidad una nueva afectividad con nuestros hijos?
–Siempre ha habido silencio entre las generaciones, siempre los padres han hablado poco con sus hijos adolescentes. Mis padres hablaron poco conmigo, cuando yo lo era. La gran diferencia que contemplo ahora es que los silencios de los 70 y 80 procedían de lo humano, porque muchos de nuestros padres procedían del mundo rural, venían de unos padres que habían vivido la dictadura y de un mundo diseñado por la austeridad y lo recio, que bastante tenían con llenar la nevera como para ponerse a pensar en los afectos y en la relación con su hijo. No había una pedagogía del cariño. Pero nosotros si hemos tenido esa pedagogía, hemos tenido libros de autoayuda y nos han hablado de la inteligencia emocional. Los silencios con los adolescentes de hoy proceden de lo tecnológico, de lo que viene de fuera, por esa imposición constante de felicidad y éxito. Yo sé lo cretino que soy, pero no sé lo cretino que podría haber sido si con 15 años hubiera tenido un cacharro de estos (refiriéndose a un smartphone) entre las manos, que es dinamita.
–¿La adolescencia siempre es un tiempo difuso y complicado, o ahora lo es especialmente?
–Hay una frase que dice Inés (una de las protagonistas de Los incomprendidos): la adolescencia puede ser un infierno, basta con el cielo de los otros. Basta con que a los otros les vaya muy bien, porque tienen más o porque son exitosos, para que tú consideres que lo tuyo es menos que lo de los demás. Tienen una mirada complicada. Detesto que a los jóvenes se les denomine como ‘ninis’, porque me parece que es insultarlos y deberíamos comenzar a tratar mejor a nuestros jóvenes, que son seres sufrientes, muy preparados, con una cultura medioambiental muy superior a la que tuvimos, así como con conciencia del uso compartido. Nuestros jóvenes son mejores que nosotros, pero seguimos hablando mal de ellos, por una especie de gerontocracia que nos empodera si hablas mal del otro. Para mí hay dos termómetros de país. Uno es el de la dignidad, que es como tratas a la gente que está mal, y ahí creo que damos un buen nivel. Y el otro es el de la esperanza, que tiene que ver en cómo tratamos a la gente joven, y ahí creo que damos mala temperatura. Les ofrecemos muy pocas oportunidades, y eso es un drama, que habla muy mal de la Marca España.
–La novela cuenta con varios narradores, ¿cuál es la intención?
–A mí el periodismo me ha enseñado que la verdad siempre es poliédrica y el narrador omnisciente es un pequeño dios que va creando personajes, que luego aplasta o levanta, y eso supondría ver el mundo como si yo fuera un dios. Me siento más cercano a la verdad (creo que los libros sólo lo son si son de verdad) si doy muchos puntos de vista, si hablan todos, incluso gente con la que no estoy de acuerdo, y hasta que veo como un posible enemigo. Al final el periodismo y la narrativa van de algo parecido, de tender puentes y quitar etiquetas. La realidad es muy compleja y la labor de la palabra debe consistir en explicarla.
–El fracaso está muy presente en el libro, en concreto el fracaso como padres. Aunque también se puede fracasar como hijo...
–Es el miedo. Hay muchos motores en la vida. A mí me gustaría decir que el motor de la vida es el amor, pero no lo creo, es el miedo. Hacemos muchas cosas por miedo. Y en la familia de mi novela hacen terapia por miedo... al fracaso, a hacer daño al otro, a sacar los muertos de los armarios, a hablar de la culpa mutua. La familia es como un terrario donde hay varios bichos, pero donde hay una misma temperatura y un mismo grado de humedad, pero aún así cada bicho se comporta de un modo distinto. Las familias, en gran medida, se parecen bastante, tanto si están en las Tres Mil o en el barrio de Salamanca, en lo nuclear se parecen todas.
–La salud mental, otro asunto trascendental en la novela, que por fin estamos normalizando, o al menos verbalizando.
–En la familia que muestro todos necesitan ayuda, por algún motivo y todos van al psicólogo. Y tenemos al tío Paco que es esquizofrénico. Yo creo que eso habla mucho de nosotros, porque todos tenemos una pieza que ajustar y de algún modo eso levanta la bandera de la palabra y la de escuchar y la de hacer el exorcismo con diálogo. En esta familia hablando se van quitando la pus y van mejorando.
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