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Málaga/Viajar es imprescindible y la sed de viaje un síntoma de inteligencia. Eso decía Jardiel Poncela sobre la afición a recorrer otros lugares, a entender otras formas de vivir y a conocer la cultura de otros pueblos. Hay otras maneras para conocerla, pero no son tan divertidas. Viajar no es otra cosa que hacer pasar el mundo ante nuestros ojos percibiendo todas sus esencias.
Pero viajar no es tan sólo percibir, es fundamentalmente conocer. Nada, o poco, nos dicen unas ruinas, unos vestigios del pasado, si no conocemos su historia. Es imprescindible dotar de vida todo aquello que impresiona nuestras retinas. Las reliquias de un lejano pasado pueden ser, a los ojos del viajero, un montón de piedras o un bello pasaje de la historia y un intrigante relato sobre las personas que las habitaron.
Esas ruinas pueden ser el testigo presente de hechos luctuosos o grandiosos, hechos que pueden permanecer en el más absoluto de los misterios o estar cargados de mitos o leyendas. Con toda seguridad siempre serán el legado de la historia de ese lugar. Describir un viaje no tiene sentido sin contar paralelamente la historia de los lugares que se visitan en él.
El viaje siempre debe ir íntimamente unido a la historia, la cultura de sus pueblos, sus usos y costumbres, la geografía, la gastronomía y, en fin, todo lo que en el pasado, ha conformado el presente de los lugares que estamos visitando.
Los griegos tenían un término que explicaba perfectamente lo que estamos diciendo. La periégesis es el equivalente a lo que hoy conocemos como literatura de viajes. Este género literario se desarrolló en el mundo helenístico a partir del siglo II d.C. y sea posiblemente Pausanias su primer escritor ya que, de sus viajes recoge información sobre la historia, los pueblos, los individuos, las costumbres e incluso la mitología de los lugares que visita.
Su obra Helládos Periégesis o Descripción de Grecia se puede considerar la primera guía de viajes. También se incluye en toda periégesis las experiencias y vivencias del autor durante el viaje y, a veces, dichas experiencias son tanto, o más interesantes, que la propia narración del recorrido.
De entre los múltiples viajes que he realizado por la vieja Europa siempre estará presente en mi memoria un mes de agosto, de hace más de treinta años, que dediqué a recorrer el Condado de Cornualles (Cornwall), situado en la punta suroccidental de Inglaterra.
Existen tres regiones en Europa que tienen una gran similitud: en las tres hay un fin de la tierra. Son, Galicia con su cabo Finisterre, la Bretaña francesa y su cabo, igualmente denominado Finistére y Cornualles con su cabo más occidental, Land`s End, “finisterre” en inglés. Las tres tienen las mismas características geológicas e históricas y en las tres sigue presente su pasado celta y su cultura megalítica.
En Cornualles no es extraño cruzarse por la calle, en cualquiera de sus pueblos, con algún druida que otro y, además, la abundancia de monumentos megalíticos es extraordinaria. Menhires, Dólmenes y Cromlech o Stone Circle (Círculos de piedra) pueblan toda la geografía del condado. Pero otra característica muy peculiar de Cornualles es la innumerable cantidad de minas abandonadas. Son minas de estaño. La extracción de este mineral ha perdurado desde los fenicios hasta la segunda mitad del siglo XX.
También se caracteriza este lugar de Inglaterra por la influencia de los mitos y leyendas artúricas. No en balde encontramos la cueva del mago Merlin y las ruinas del (supuesto) castillo del Rey Arturo en Tintagel, en la costa del fiordo de Cardiff. Y cerca, muy cerquita, se puede visitar el museo de las brujas, sin duda las más brujas de todas las brujas de Europa.
Pues en este contexto y en este viaje a Cornualles, conocí a uno de los más importantes escultores ingleses de la segunda mitad del s. XX: David Kemp (Neizam, para sus allegados). Nacido en Londres en 1945, pasó su infancia en Canadá para regresar a Inglaterra a estudiar. Ejerció unos años de marino mercante. Abandonó para estudiar arte en Wimbledon y desde entonces su dedicación ha sido por entero a la escultura, aunque nunca abandonara la pintura. De hecho poseo un paisaje de los montes de Málaga que pintó durante la gota fría de 1989 que le pilló por Olías. Una joya para mí.
Si en las vanguardias del siglo pasado podemos apreciar la utilización artística de materiales de desecho, artefactos obsoletos o detritos de la sociedad, a partir de los años 70 comenzó a vincularse a estas corrientes una conciencia ecológica cada vez más asumida por los artistas de esa época, como es el caso de David Kemp. Escultor y artista del assemblage de origen inglés, desarrolla su obra desde la década señalada hasta nuestros días en el entorno de una zona minera e industrial empobrecida como es Cornualles.
D. K. aprovecha especialmente los desechos postindustriales que se produjeron por el abandono de fábricas y minas. Fue la reconversión industrial de Margaret Thatcher. La imaginación y la creatividad de Kemp no tiene límites a la hora de ensamblar artefactos inutilizados para reciclarlos y convertirlos en auténticas obras de arte que, a veces, conforman esculturas cinéticas, como es el caso del famoso The Navigators sita en la Hay´s Galleria, antiguo muelle del puerto de Londres. Sin duda, la magia y el misterio de Cornualles, está presente en la obra del escultor.
David Kemp está relacionado con Málaga, siendo frecuentes sus visitas, ya que está casado con una malagueña, Merche Kemp, profesora de español en la Universidad de Truro (capital de Cornwall). Como curiosidad contaré que me hacía gracia que le llamara, a la fábrica de cemento de la Araña, “La madre de Málaga”. Portentosa imaginación. Sus esculturas, especialmente las públicas, están hechas con artefactos industriales desechados, pero éstos, sin perder su propia naturaleza, son convertidos por el “artista trapero”, con imaginación, humor y amor, en auténticos sueños.
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