"Hay demasiados cantantes españoles con éxito en el mundo y sin oportunidad aquí"
maría josé montiel. mezzosoprano
La artista, Premio Nacional de Música en 2015, participa como solista hoy y mañana en el Cervantes junto a la Orquesta Filarmónica en la interpretación de la 'Sinfonía nº 3' de Mahler
Premio Nacional de Música en 2015, finalista de los Grammy y galardonada con multitud de premios, María José Montiel (Madrid, 1968) es uno de los emblemas con mayor proyección internacional de la lírica española. Formada en Madrid y Viena, a lo largo de su trayectoria ha cantado en escenarios como el Carnegie Hall de Nueva York, la Ópera de París, La Scala de Milán y el Teatro Real de Madrid (en cuya reinauguración estuve presente dentro del reparto de La vida breve) a las órdenes de directores como Zubin Mehta, Riccardo Chailly y Lorin Maazel. Hoy y mañana a las 21:00 actuará como solista en el Teatro Cervantes, dentro del último concierto de la temporada de abono de la Orquesta Filarmónica de Málaga (en el que también participarán el Coro de Ópera de Málaga y la Escolanía Santa María de la Victoria), bajo la dirección de Manuel Hernández Silva y con uno de los hitos de su repertorio: la Sinfonía nº 3 en re menor de Mahler.
-No se ha prodigado usted mucho por Málaga, ¿qué sensaciones le inspira este concierto?
-En 2012 ofrecí un recital en la Sala María Cristina, pero la última vez que canté en el Cervantes lo hice como soprano, y cambié de cuerda entre los años 1999 y 2000. Así que imagínate. Echaba de menos ese escenario. Ahora estoy feliz de poder cantar en Málaga con su Filarmónica, que es una orquesta magnífica, y con Manuel Hernández Silva, con quien coincidí durante nuestra formación en Viena y que atesora un enorme talento musical y humano.
-Con respecto a la Tercera de Mahler, al escuchar el Oh Mensch! del cuarto movimiento uno intuye que es más difícil darle la calidad debida al silencio que cantar el sonido. ¿Es así?
-Sí. Para cantar este movimiento, lo más importante es la concentración. A ver, la concentración es importante siempre, pero aquí, tras unos acordes tan sutiles, hay que poner todos los sentidos y toda la inteligencia en cada nota. Efectivamente, el silencio es en ese momento una cuestión fundamental, tanto como el sonido. El movimiento exige a la mezzosoprano, o a la contralto, la creación de una determinada atmósfera en muy poco tiempo, ya que su intervención no es muy larga, pero sí de una enorme dificultad. Tienes sólo unos segundos para viajar al corazón del poema, unos versos de Nietzsche que hablan del dolor, del mismo tormento que reconoció Mahler en sí mismo con una profundidad irrepetible.
-Mahler es un compositor especialmente reivindicado hoy, ¿cree que conecta de alguna forma particular con el público?
-Es verdad que ahora es un compositor reivindicado, pero en realidad esta reivindicación viene desde hace ya algunos años. Cuando estudié en Viena en mi juventud pude comprobar que allí le veneraban. Creo que Mahler conecta muy bien con el público porque tiene la capacidad de llevarte a otra dimensión. Recuerda el movimiento final de la Sinfonía nº 2: cuando estás ahí, ya no cantando, sino escuchando, tienes una impresión muy concreta de lo que puede ser la belleza. Hay un empeño de comunicación universal encomiable. Por eso, cuando escuchas a Mahler lo primero que piensas es que ojalá pudiera escucharlo todo el mundo. Sobre todo los jóvenes, aunque sea porque esta música es capaz de hacerte feliz.
-¿Echa de menos un público más joven en sus conciertos?
-Sí, desde luego. Cuando terminé mis estudios en Madrid, en 1990, me marché a Viena a seguir estudiando. Y me llamó la atención nada más que llegar que en teatros como el Musikverein salieran a la venta entradas muy baratas, para ver los conciertos de pie, pensadas especialmente para el público más joven. Y había que hacer cola para conseguir esas entradas. Por eso, era habitual que entre la gente joven se contemplara una representación de ópera como una opción más de ocio, igual que el cine, algo que en España no sucede aún precisamente. Aquí, ir a la ópera o a un concierto sinfónico constituye aún una excepción. Esto es ante todo una cuestión de educación, de que la música se integre en la escuela como una asignatura importante, al igual que las humanidades; pero también de políticas públicas interesadas en facilitar el acceso a la música. Sé que es difícil, pero es posible introducir la ópera en la cultura más joven. Lo que no puede ser es que antes de la crisis se inaugurasen en España teatros y auditorios por todas partes, lo mismo que autovías, y ahora cueste la vida llenarlos.
-¿Cómo valoraría la situación de los cantantes líricos en España?
-En España tenemos cantantes líricos punteros en todo el mundo. Y no exagero. Pero este talento es a menudo invisible. Yo misma he pasado no pocos años cantando únicamente fuera de España, por eso ahora estoy contenta por tener oportunidades para cantar aquí. Y demasiados compañeros, reconocidos en los teatros más importantes del mundo, me transmiten que echan mucho de menos cantar en España y que nadie les ofrece esas oportunidades. Es curioso, pero todavía perdura la tendencia a valorar con más cariño a la hora de programar la posibilidad de traer cantantes de fuera.
-Usted ha prestado su voz a buena parte del repertorio contemporáneo, ¿sería conveniente reforzar la presencia de compositores vivos en los programas?
-Al principio de mi carrera sí tuve una mayor dedicación a la música contemporánea, si bien después he podido estrenar obras de compositores como Tomás Marco y Antón García Abril. De cualquier forma, el escaso apoyo que se brinda a la música contemporánea representa ya una tónica general en España. Aunque también es verdad que hace veinte años este tipo de propuestas apenas contaba con el respaldo del público y ahora parece haber más interés, sobre todo de gente más joven.
-¿Qué título que aún no haya cantado le gustaría interpretar?
-En treinta años, como te puedes imaginar, he podido hacer muchas cosas. Además, desde el principio he tenido la suerte de hacer recitales con piano, música sinfónica con orquesta y óperas, con lo que ha sido más difícil que me encasillen. Pero sigue habiendo cosas que me hacen especial ilusión. El mes que viene, por ejemplo, debutaré en Sevilla con el Poema del amor y del mar de Chausson. Eso sí, hay una ópera que me gustaría hacer que es el Rosenkavalier de Richard Strauss, en el papel de Octavian. Mientras estuve estudiando en Viena fui a verla con frecuencia, dado que entonces la representaban mucho allí. Y me encanta. Pero no me han ofrecido la oportunidad de hacerla.
-¿Recuerda algún momento especialmente feliz en su carrera?
-Uf, muchos. La Ópera de París con La Gioconda, la Octava Sinfonía de Mahler, el Requiem de Verdi en el Konzerthaus de Viena, la Carmen con Zubin Mehta, el Premio Nacional de Música que recogí en la Catedral de Palencia, el estreno absoluto de La vida breve en Australia en 1999 tras el Teatro Real, la nominación a los Grammy, el Garnegie Hall... No me han faltado momentos de felicidad.
-¿Y el más difícil?
-Seguramente, mi momento más complicado fue el paso de soprano a mezzosoprano. Me costó mucho demostrar que aquélla era mi cuerda. Encontré mucha reticencia en España, a pesar de que no cambié mi técnica, sólo el repertorio. Afortunadamente, aquella decisión me abrió más puertas fuera de España; pero sólo cuando logré el éxito internacional se despejaron aquí todas las dudas.
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