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paco bezerra. dramaturgo

"No dirigiría ni aunque me pagaran: detesto encerrarme con actores"

  • El Premio Nacional por 'Dentro de la tierra' estrenará en el próximo Festival de Mérida su 'Fedra', que llegará a Málaga en marzo de 2019

  • Esta semana imparte un taller en La Térmica

Paco Bezerra (Almería, 1978), ayer, en un pasillo de La Térmica.

Paco Bezerra (Almería, 1978), ayer, en un pasillo de La Térmica. / javier albiñana

La concesión del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2009 a Dentro de la tierra significó la más absoluta revelación de Paco Bezerra (Almería, 1978) un dramaturgo que ya atesoraba varios reconocimientos y cuya obra, sin embargo, nunca había subido a escena. Una década después, Bezerra es una referencia clave de la escritura teatral contemporánea, con obras del calibre de Grooming (2008), La escuela de la desobediencia (2011), El señor Ye ama los dragones (2014) y El pequeño poni (2017), representadas con éxito dentro y fuera de España. El próximo mes de agosto estrenará en el Festival de Teatro Clásico de Mérida su Fedra, que protagonizará Lolita Flores y que llegará al Teatro Cervantes de Málaga en marzo de 2019. Durante esta semana, Paco Bezerra imparte un taller de escritura dramática en La Térmica y ayer recibió en el mismo centro a Málaga Hoy para esta entrevista.

-Apunta usted que la misión del dramaturgo es "diseñar el mapa que lo llevará hasta el descubrimiento del tesoro", en referencia a la posibilidad de materializar las ideas. Pero, ¿qué ocurre si, una vez trazado el mapa, el tesoro resulta ser una moneda falsa?

Soy un escritor de literatura dramática, no un teatrero. Si un texto mío no se monta, yo sigo siendo escritor"

-Depende de la técnica. La técnica es lo que te permite materializar lo que tienes en la cabeza. Hay creadores que tienen mucha imaginación y grandes ideas pero que carecen de técnica para llevarlas a cabo. La técnica, eso sí, también se aprende, pero requiere de mucha paciencia. No se adquiere con un curso, porque no se puede aprender nada en cinco días. Tiene más que ver con el trabajo diario.

-¿Con la disciplina?

-Sí, claro, la escritura también se entrena. El escritor debe ejercitarse, escribir lo que tenga en la cabeza. Cuanto más entrenes, con mayor facilidad lograrás pasar de manera fidedigna al papel lo que hayas podido imaginar.

-¿Cuál es la clave para escribir un texto teatral sin invadir las competencias propias de la dirección o la interpretación?

-Hay algo muy peligroso en eso, y son los directores que se creen escritores. Saber dirigir no implica saber escribir, pero hay directores que quieren ser dramaturgos y no están capacitados para ello. Si fueran dramaturgos también, escribirían sus propias obras. Además, si decides dirigir una obra es porque, de entrada, te gusta; si no, no tiene sentido que la dirijas. Entiendo que hay una creación teatral a partir del texto, pero esa creación es así, teatral, interpretativa, no textual ni literaria. Es verdad que el texto es siempre un punto de partida, pero lo es para hacer el texto. Hay además directores que cambian por completo el sentido de la reflexión que hace el dramaturgo, con lo que también hacen las veces de dramaturgo; aunque, igualmente, haya dramaturgos que asumen por su cuenta las funciones propias del director, ya que hacen textos tan cerrados, con todo tan absolutamente detallado, que no dejan margen al director para hacer su trabajo. Yo nunca hablo del escenario, nunca expreso cómo hay que hacer mis obras. Sólo planteo las situaciones. No pongo cómo se resuelve nada. Escribo para que el director complete lo que yo dejo a medias. Lo que no se deja a medias, en principio, no se debería tocar, aunque los límites no son sencillos. Un director inteligente debería comprenderlo.

-¿Alguna vez ha encontrado un personaje suyo construido en escena de manera completamente distinta a lo que tenía en mente?

-Cuando escribo no tengo nada en la cabeza. No veo los personajes, los siento. Sé lo que hacen, pero no sé cómo son. Los personajes no tienen apariencia física, salvo que alguna característica sea clave en el desarrollo de la obra. Los actores harán bien su trabajo en la medida en que vivan de la manera más sincera y orgánica posible las experiencias de los personajes. Pero, por ejemplo, Adela, de La casa de Bernarda Alba, no es de ninguna manera: no sabemos cuánto mide, ni cómo tiene el pelo, ni cómo es su voz. Es la acción la que define el personaje, no su apariencia.

-¿Cómo valora la calidad de la literatura dramática en España?

-Hay cantidad de autores, muchos. En cuanto a la calidad, hay un montón que no me gustan, pero eso es bueno, porque hay muchos autores y eso significa que hay de todo. Si hubiera pocos, sólo estarían los mejores. Pero yo prefiero que haya muchos. La diferencia es que no hace mucho tiempo el autor dramático debía tener más de cuarenta años. Cuando yo tenía veinticuatro o veinticinco años no podía estrenar en ninguna parte porque nadie entendía que a esa edad un chaval pudiese ser dramaturgo. Me cerraban las puertas allí donde llamaba. Cuando me dieron el Premio Nacional yo tenía esa edad, poco más de veinte años, y no había estrenado nada aún. Ahora es distinto, a los autores se les hace mucho más caso. Han aparecido muchas salas, hay espacios alternativos para hacer teatro y hay dramaturgos jóvenes curtiéndose en ellos.

-¿Y qué lectura hace de los años de la crisis y el IVA?

-Es que yo la crisis no la he vivido. Mi primer estreno fue en 2011, cuando se supone que empezó lo peor de la crisis. Desde entonces no he conocido otra cosa, pero la verdad es que no he dejado de trabajar. He estrenado un total de siete obras, una por año. Así que no soy un modelo muy representativo, porque me va mejor que nunca. Me parece una pasada tener una gira con más de cien representaciones. Hay quien dice que hace quince años en vez de cien funciones teníamos trescientas, pero yo no he conocido eso. Ignoro el pasado áureo del teatro español. Lo único que sé es que escribo teatro y vivo de ello, es mi único trabajo. Eso sí, no tengo casa, ni coche, ni hijos. Sólo una maleta.

-¿Le apetece dirigir?

-No, nunca he pensado en dirigir. Todo lo contrario: no lo haría ni aunque me pagaran. Huyo de eso, no me gusta nada.

-Pero en algunos dramaturgos como Juan Mayorga la dirección parece seguir una evolución natural de la escritura.

-En mi caso, no. Yo asisto a todos los ensayos de mis obras, veo cómo dirigen los directores y me parece un trabajo horroroso. Detesto tener que encerrarme con actores. No sueño con eso. Mi ambición respecto al teatro es seguir escribiendo. Tengo formación de actor, he actuado mucho, pero jamás se me ocurriría escribir un texto para que lo interpretara yo. Hay dramaturgos que lo hacen. Yo no podría.

-¿Y escribir otros géneros?

-La novela no me interesa. Me aburre. Casi no leo novelas, de hecho. No me gustan las descripciones. Me gusta el teatro precisamente porque es palabra en acción, todo se da para conseguir algo, no hay nadie describiendo nada. Cuando leí La Regenta y encontré una descripción de la Catedral de casi cuarenta páginas... No, yo eso no lo puedo soportar. Por eso, cuando leí La Regenta tuve muy claro que no quería hacer aquello.

-¿Y qué libro le hizo tener claro que quería escribir teatro?

-Yerma. No sé si fue la primera obra que leí, pero sí la primera que recuerdo que leí, con ocho o nueve años. Y recuerdo cuánto me emocioné leyéndola. Era el libro de una vecina. Tenía la firma en la solapa, Sofía Simón. Nunca se lo devolví. Lo conservo todavía.

-¿Le interesa el lector de teatro además del espectador?

-Yo escribo directamente para la gente que lee. No lo hago tanto pensando en el espectador que va al teatro. Soy autor de literatura dramática, no de guiones, ni de obras de teatro. La obra llega después, cuando se hace. Soy un escritor, no un teatrero. Si el teatro no se produce, si la obra no llega a montarse, yo sigo siendo escritor.

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