Cultura

Una silla vacía en El Chinitas

  • El conocido restaurante malagueño fue durante años la segunda casa del humorista

  • Allí acudía casi a diario a comer

  • Los que lo conocieron y lo sirvieron lo recuerdan con cariño

'Chiquito', delante del retrato que tiene en El Chinitas.

'Chiquito', delante del retrato que tiene en El Chinitas. / j. albiñana

La silla está vacía. Solitaria, en una esquina, pegada a la fachada. Sobre la mesa, un bolso y unas llaves. Hay trajín a esta hora del mediodía. El normal. El Chinitas se prepara para abrir sus puertas. Pero no es una jornada como las demás. La falta se nota. Chiquito no está ni se le espera. Ya no. La mesa 2 llevará su nombre por siempre. Esa y no otra era la que siempre tenía reservada. Sin avisar, ni falta que hacía, Gregorio tomaba asiendo "si no todos los días casi todos los días" para tomarse un vino, para picar un plato de jamón, para sorber una sopa que la casa hacía especialmente para él.

"Ya se ha ido el figura". El que pronuncia esas palabras es Fernando, el maitre del conocido restaurante malagueño. Conversa, mientras despliega el toldo de la fachada, con el propietario de otro local cercano. Lo hacen en tono distendido, lamentando la pérdida y dando por sentado que iban a ser miles las personas que pasarían por la capilla ardiente instalada en la Diputación.

Para Chiquito, el Chinitas no era un restaurante, no era un lugar de comidas. Era su segunda casa. "Era el sitio donde él paraba", dice desde detrás de la barra María José, una de las trabajadoras del negocio. Testigo fiel de todos los años en los que el artista pasó en esas cuatro paredes. Y de cómo, en vida, el aprecio de la gente era real. "Muchos venían aquí a verlo; se hacía fotos con todo el mundo, no le importaba que estuviese comiendo, no le ponía mala cara a nadie; invitaba a mucha gente a sentarse a la mesa, le ofrecía de su comida".

"Cuando venía por la mañana nos daba alegría a todos, venía a saludarnos, nos echaba piropos... y nos compraba cupones de la Once a ver si nos tocaba", añade María José. Al lado, Mari, con la fregona aún en la mano, atiende a lo que se cuenta. Y aprovecha para participar en el recuerdo de Chiquito. "Cuando estaba en el hospital mi jefe que decía que fuese a verlo, que le iba a dar una alegría. Cuando estaba allí en la habitación le pregunté: 'Chiquito, qué te ha pasado?'". Cuenta Mari que cuando pasaba al lado de su mesa en el Chinitas, Gregorio le decía: "'Mari, siéntate, coge una papa'. Siempre nos decía que nos quería, que éramos las más guapas".

Fernando venía conociendo a Chiquito desde hacía unos cinco años, los mismos que lleva en el restaurante. Como otros muchos testimonios, el suyo agranda la cercanía del humorista. Chiquito fue siempre artista, más allá de que hubiese cámaras, de que hubiese escenario. "Se hacía querer, tenía el temperamento de un genio", destaca. Faltó pocos días a su cita con la mesa 2 y con el dueño del restaurante, José Sánchez Rosso, con quien solía comer. "Cuando estuvo grabando con Bertín Osborne o por otro anuncio que hizo, pero normalmente estaba aquí", dice señalando la silla.

El vacío se extiende a la pared donde lucía el retrato de Chiquito. En el momento de la muerte, la imagen la trasladaron a la Diputación para que estuviese presente en la capilla ardiente. Fernando relata que muchos días, cuando llegaba para el almuerzo, "se enfrentaba a su fotografía. Le decía Chiquitorr. Nunca le faltó el sentido del humor".

Y a pesar de ello, los que lo conocieron en los últimos años no ignoran la pena que sentía. La muerte de su mujer, Pepita, fue una herida que le acompañó todos los días. "Desde que murió Chiquito no era Chiquito; poco a poco se dejó ir. No quería vivir", apunta Fernando antes de que le asalte la tristeza y detenga el verbo unos segundos. "Pienso que se fue con su mujer". Ahora, sin Chiquito, sin Gregorio, el Chinitas, su segunda casa, seguirá siendo el Chinitas. Pero un poco menos.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios