Un trayecto de apenas quince minutos hasta casa. La radio en el coche. Un trecho corto, pero intenso para sentirme insultada, triste y lo que es peor, aterrorizada. Porque no sólo es ofensivo que el vicepresidente de una comunidad, el señor Juan García-Gallardo, considere a la mujer como discapacitada, no se trata de que denigre al discapacitado, no es el insulto ni a unas ni a otros, se trata de estigmatizar, de clasificar a seres humanos, de subrayarlos como diferentes, se trata de una regresión al horror y a la pesadilla. Allá por 1941, antes de que Hitler diese la orden del exterminio total de los judíos, antes de la Einsatzgruppen (los escuadrones de la muerte), los nazis habían decidido exterminar a discapacitados físicos y mentales. Vidas que consideraban no merecedoras de ser vividas. La operación se llamó Aktion T4 y, adelantándose a lo que luego harían masivamente en los campos de concentración, gasearon a seres que consideraban inferiores. Entre 1939 y 1945 fueron asesinados unos 300.000 discapacitados en más de 100 hospitales, entre los que había niños y ancianos. El proyecto fue impulsado directamente por Hitler. Más allá de un ensayo general se trató del primer capítulo del Holocausto nazi que, a pesar de haber sido tratado en el cine y en la literatura, es una de las historias olvidadas del horror, precisamente por esa discriminación consciente o inconsciente, directa o indirecta de la sociedad. Los principios siempre son graduales y van fortaleciendo prejuicios. El odio feroz contra el otro, contra el diferente, contra el débil, tiene como único resultado posible la deshumanización y llegados a ese punto sólo cabe temblar.

Quien se considera capacitado para incapacitar ha tenido una vida fácil. Una licenciatura en derecho en distintas universidades privadas, un bufete familiar esperándole con las puertas abiertas... Se afilió a Vox en el 2020 y tan sólo dos años después llega a ser vicepresidente de la Junta de Castilla y León, una carrera política meteórica donde las haya; tal vez esa velocidad sea la que le provoque la incontinencia verbal y, más allá de lo políticamente correcto, vomite lo que piensa y se arrogue la chulería de despreciar al otro que da la seguridad del que ha vivido una vida entre algodones, protegido de todo y todos. Pero hasta el mismísimo Superman, aficionado como él a la equitación, terminó en una silla de ruedas, convertido en lo que hubiese sido objetivo perfecto para Karl Brandt, el médico personal de Hitler que llevó a cabo el programa Aktion T4 de "higiene racial". Porque la vida ni distingue ni clasifica ni juzga..., esa es la singularidad exclusiva del ser humano.

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