Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
Aun año de la dana, los medios hacen su repaso. Ver estas imágenes ahora, después de tantas acusaciones entre partidos y aun cargos y ex cargos de una misma agrupación causa aún más frustración y asombro, por la tardanza, por las dudas, y especialmente por la transformación que la política ejerce sobre las personas.
Salomé Pradas, consejera de Justicia e Interior, la mujer en quien muchas de las miradas se centraron por la incomparecencia de Mazón, aparecía ese día ante las cámaras atendiendo a los medios, escuchando a los técnicos, comunicándose con el Estado. Haciendo, bien o mal, su trabajo.
Luego hemos sabido tanto. Mazón no canceló su agenda, ni la profesional ni la personal. No respondió a las llamadas de, entre otros, Pradas, que rechazó a su vez la ayuda de la UME. La administración valenciana y la estatal, la Confederación Hidrográfica del Júcar, los programas de educación y prevención, las infraestructuras, fallaron cada uno en distintos grados.
En los primeros meses, como si también el debate público se hubiera inundado, era inconcebible ver muestras de atrición o autocrítica, y no sabía uno si era peor el silencio o las chuscas posturas defensivas de unos y de otros, tirándose barro por encima de nuestras cabezas, poco después de mostrarse tan dispuestos a la colaboración entre administraciones.
Un año después las aguas han bajado y afloran, como barcos hundidos, la honestidad y la verdad, manchadas ya irremediablemente por las mentiras y las omisiones. Y es como si también algunos de los que entonces aguantaban el tipo se hubieran despojado de la baba del cargo y los intereses de partido, y fueran admitiendo que algo se hizo mal, aunque no se diga todo y aunque el principal responsable siga calentando la silla, aguantando como un mendrugo el escarnio de todos sin mover un pelo.
Pradas, por ejemplo, pide ahora que se sepa toda la verdad. Es decir, pide que se desdigan las mentiras que, entre otros, ella misma propaló. Esto sólo es posible ahora, del mismo modo que, tan alegremente, tantos políticos reconocen muchos años después actos que en su momento negaron o denunciaron. Ese es el gran problema: hace mucho que a la política no le dan el sol ni el aire. Como si todos viviéramos en un barranco, con el fango al cuello.
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