Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Leo cada mañana los periódicos y constato lo obvio: agosto ha dejado de ser un mes sin noticias, al contrario, el mundo parece estar al borde del abismo. Espigando algunos temas: el conflicto de Ucrania pendiente de una cumbre de titanes en Alaska en la que se atisba el fracaso; la contemplación de la impotencia de la política ante un genocidio que estamos viendo todos los días en Gaza; y, finalmente, arde España en una Europa castigada por las olas de calor y sólo parece servir para avivar la ya intensa hoguera política nacional. Vivimos en democracias en tensión, entre los principios y las instituciones y ello, sin duda, está generando, un profundo ‘descontento democrático’, por utilizar la expresión del título del libro ya clásico de Michael J. Sandel.
Ante la situación del mundo decido reconciliarme con él, compro el periódico y me tomo ese café de media mañana para sentir que estoy de vacaciones. Hoy, por ejemplo, fiesta nacional, tengo que escribir la columna y leo la de Aldo Conway y me entero que está escribiendo una novela y está en medio de una crisis creativa y escribe lo siguiente: ‘Voy al ordenador y vuelvo a la página 83. Se abre la puerta del cuarto. ¿Qué haces? Me pregunta. “Yo qué sé”, le contesto mentalmente. “Aquí, con esto”, digo al final, que es lo mismo que no decir nada. Dos no pueden sostener un universo si uno solo va de visita’. Él que hace columnismo literario con talento tiene un bloqueo, imagínense un servidor en este verano con olas de calor en Europa y con temperaturas record en España.
El bloqueo en el acto de escribir en escritores, periodistas, escritores y profesores, aunque escribamos de forma, estilo y hasta con fines bien diferentes es algo común a todos nosotros. Es uno de esos talones de Aquiles del poder del lenguaje. Como escribe con su habitual talento James Salter: ‘El poder del lenguaje reside en su riqueza, su elegancia, su alcance y maestría. Hablan con claridad, brevedad e ingenio es como sostener un pararrayos. Nos atraen las personas que saben cosas y son capaces de expresarlas: el doctor Johnson, Shakespeare. Su lenguaje, el lenguaje de los poetas, de los héroes, marca la pauta. Es propio de ellos cierto nivel de vida, un nivel inaccesible. Pero no hay un solo lenguaje sino dos: el hablado y el escrito. El hablado es como el aliento, no requiere esfuerzo y está al alcance de la mano. El escrito es otra cosa. Aprender a escribir es un asunto complejo, el segundo portal; una vez que lo cruzamos, nos encontramos al aire libre, por así decirlo, con vistas infinitas’. Borges escribió «Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído». Una invitación para leer en verano.
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