Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
Cada verano la misma escena: montes ardiendo, pueblos desalojados y políticos compitiendo por ver quién pronuncia con más solemnidad las palabras mágicas: “emergencia climática”. El guion está escrito de antemano. Se repite como un mantra para ocultar la ineptitud. Porque lo que sufrimos no es un fenómeno natural inevitable, sino una emergencia política de primer nivel. El fuego no viene del espacio, prende en un campo abandonado, en montes sucios, en un territorio dejado de la mano de las administraciones.
Nos han convencido de que la culpa es del cambio climático, ese comodín que todo lo explica y nada soluciona. Así, nadie responde: ni ministros, ni consejeros, ni alcaldes. Todos se refugian en discursos apocalípticos mientras se prohíbe desbrozar, cortar ramas o dejar entrar al ganado que mantiene limpio el monte. Pero cuando todo se convierte en ceniza, nadie asume su fracaso. Eso sí, fotos junto a los bomberos nunca faltan.
El ecologismo oficial se ha transformado en la gran coartada ideológica. Un dogma que impide gestionar el territorio con sensatez. Se prohíbe actuar en invierno, se multa al agricultor que quema rastrojos, se persigue al que limpia un cortafuegos. Resultado: la naturaleza convertida en un almacén de gasolina a la espera de la primera chispa. Luego llegan lágrimas de cocodrilo y promesas millonarias que jamás se ejecutan.
La emergencia real no es climática, es política. Emergencia de gobernantes que no gobiernan, de burócratas que legislan desde un despacho sin pisar un monte, de discursos huecos que criminalizan a quien quiere trabajar la tierra y ensalzan al que vive de pancarta verde. Emergencia de un sistema que prefiere titulares a soluciones, prohibiciones a prevención, fotos a resultados.
Y lo peor es que nos han metido en la cabeza que todo es inevitable, que el calor es insólito, que no queda otra que resignarse. Mentira. Lo que no hay es planificación, inversión estable, coordinación entre administraciones ni voluntad de romper con la comodidad de la ideología. Mientras tanto, seguimos ardiendo.
Así que basta de cuentos. Si queremos dejar de contar hectáreas arrasadas cada verano, lo primero es desmontar la farsa de la “emergencia climática”. Porque lo único urgente aquí es sacar de las instituciones a quienes viven de excusas. Esa, y no otra, es la verdadera emergencia. Y hasta que no se entienda, las cenizas seguirán tapando la verdad.
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