Feliz en Navidad

26 de diciembre 2025 - 03:04

La Navidad tiene un talento particular para sacar a la luz lo que solemos esconder bajo la rutina. Para las personas cristianas, es la conmemoración del nacimiento de Cristo: un relato de humildad que invierte los valores del ruido, del poder y del éxito fácil. Para muchas otras personas, aun sin una fe confesional, conserva un sentido simbólico parecido: la intuición de que es posible “nacer de nuevo”, ajustar el rumbo y despertar a una vida más consciente.

En 2025, sin embargo, la Navidad compite con un adversario formidable: la industria de la prisa. Se nos invita a comprar como si el afecto se midiera por el precio, a organizar encuentros como si fueran pruebas de rendimiento, a mostrar alegría como si fuera una obligación contractual. La paradoja es evidente: se habla de paz mientras se multiplican las tareas, y se predica la familia mientras se alimentan comparaciones que desgastan. El resultado, con frecuencia, es una resaca de cansancio y de culpa, y una sensación amarga de haber llegado tarde a lo importante.

Aun así, queda un núcleo resistente. La Navidad recuerda que el ser humano necesita rituales para cuidar vínculos: una conversación sin pantalla, un perdón dicho a tiempo, una visita que no busca aplauso, una mesa que se ensancha para quien suele quedarse fuera. Esa dimensión comunitaria hoy es crucial, porque la soledad ya no es excepcional y la hiperconexión no siempre trae compañía. En clave cristiana, el mensaje es directo: lo importante se reconoce en el cuidado de la persona concreta, no en el decorado.

También hay una dimensión interior que suele olvidarse. La Navidad pide silencio, no para huir del mundo, sino para escucharlo mejor: reconocer límites, poner nombre a los miedos, agradecer lo que sostiene y decidir qué hábitos ya no sirven. La espiritualidad, entendida con seriedad, no es una nube; es una disciplina cotidiana: atención, sobriedad, responsabilidad y servicio. Ese “despertar” del que tantas personas hablan se prueba en enero, cuando ya no quedan luces.

Conviene evitar la postal obligatoria. Hay Navidades atravesadas por duelo, precariedad o tensión familiar. Pedir felicidad a cualquier precio puede ser cruel. Por eso, “feliz” debería ser un verbo: practicarlo con presencia, con compasión y con límites. Tal vez así la Navidad deje de ser temporada y vuelva a ser lo que promete: un recordatorio de que la vida merece ser cuidada, empezando por la de quien tenemos delante Y se nota al día siguiente. Hoy.

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