Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
Como estamos ahora en plena Feria de Málaga, con la corrida de toros como parte del programa, es buen momento para reflexionar sobre esta paranoia de los animalistas… de conveniencia, claro. Esos que aprovechan la temporada taurina para montar su show, pero que no han emitido ni un suspiro de agradecimiento porque en Jumilla se estén planteando que tampoco se maten corderos en sus instalaciones deportivas municipales. Y es que de ese tema, mejor ni hablar, no vaya a ser que la coherencia les obligue a incomodar a colectivos que prefieren no tocar.
En España tenemos una fauna muy peculiar: los animalistas selectivos. Esa gente que monta una cruzada nacional contra la tauromaquia, que exige su prohibición inmediata, que se cuelga pancartas en las plazas y bloquea accesos… pero que, curiosamente, se esfuma cuando el debate es sobre el sacrificio masivo de corderos durante la fiesta musulmana del Eid al-Adha. Entonces, silencio sepulcral. Ni manifiestos, ni fotos virales, ni cadenas humanas. Nada. Porque, claro, ahí entramos en terreno “sensible” y la valentía militante se convierte en prudencia calculada.
El caso de Jumilla es un ejemplo perfecto de este doble rasero. El ayuntamiento ha decidido prohibir en sus instalaciones municipales cualquier evento que no sea estrictamente deportivo. Oficialmente, para cumplir la normativa y porque “no es el lugar adecuado”. En la práctica, significa que allí no habrá corridas de toros ni eventos similares, pero nadie ha levantado la voz para que la misma vara de medir se aplique a otras celebraciones que incluyen el sacrificio de animales. ¿Por qué? Porque políticamente es incómodo. Y si algo ha aprendido el activismo “woke” patrio es que la coherencia sale cara.
La incoherencia es insultante. Los mismos que te dicen que la tauromaquia es barbarie se hacen fotos con dirigentes de comunidades donde la degollina de animales es parte esencial de la fiesta. Los que hablan de “maltrato intolerable” callan cuando el animal no es un toro y el público no es español. Y así, bajo la bandera de la sensibilidad, lo que realmente se esconde es un oportunismo ideológico: golpear tradiciones propias porque es gratis y no enfrentarse a las ajenas porque puede salir políticamente caro. Al final, el problema no es estar a favor o en contra de los toros. Es la hipocresía de quienes se erigen en guardianes de la moral animal… a ratos.
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