TANTOS años yendo a visitar la judería de Córdoba y resulta que Málaga tenía una propia. Escondida, invisible, como casi todo lo que en esta ciudad permanece vinculado a la Historia. Pero la tenía. Que ahora se recupere como tal, con un proyecto que incluye una sinagoga y el posible nombre de Sefarad para la futura plaza que conectará las calles Alcazabilla y Granada, demuestra el poderío de la comunidad judía, en consonancia con la influyente y hegemónica civilización hebrea internacional (yo también me quedé boquiabierto cuando viajé a Nueva York y me contaron que todos los puestos de perritos calientes de la ciudad pertenecen a la misma empresa familiar judía). A las cofradías, tan empeñadas en rebautizar las calles del centro histórico con los nombres de sus titulares, puede salirles un serio competidor. Y sería cuanto menos curioso, aunque esperemos que nunca trágico, asistir a una competencia confesional en este sentido. La revancha por el fatal bando de expulsión firmado por los Reyes Católicos en el siglo XV (historiadores como Julio Valdeón afirman que lo hicieron a su pesar, empujados por presiones externas; de hecho, sus médicos personales eran judíos). De cualquier forma, por mucho que el uso de oficina turística para la torre mudéjar me suscite algunas dudas, entiendo que la iniciativa permitirá conocer la Málaga judía, que existió antes de que fuera borrada del mapa. La Málaga en la que nació Ibn Gabirol, cuya obra mística La fuente de la vida se lee en todas las casas judías y sinagogas del planeta dentro de determinadas liturgias. La Málaga en la que se inventaron platos judíos como la ensalaílla de pescado con naranja, habitual en todo el Mediterráneo. La Málaga de la que huyeron cientos de personas con las llaves de sus casas colgadas al cuello y con destino a Turquía, Grecia, Bulgaria o Túnez. En fin, ojalá todo esto sirva para que esta ciudad se sepa mejor a sí misma. Amén.

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