Sin maldad

ENRIQUE LINDE

monarquía por puntos

EN el pensamiento socialista siempre aletea un alma republicana. Por criterio democrático y por razones históricas en el ideario del partido de Pablo Iglesias siempre se pensó en la república como forma ideal de organización del Estado. En la transición el PSOE renunció a esa forma de gobierno, en aras a lograr el acuerdo constitucional que se consideraba imprescindible. El mismo desprendimiento ideológico, no siempre bien valorado, hizo el Partido Comunista o Esquerra Republicana. Cierto es que la "reinstauración" de la monarquía en la persona de Juan Carlos I gozaba de reconocimiento social y político por sus indiscutibles esfuerzos en instaurar un régimen democrático en este país, acrecentados posteriormente por su posicionamiento en el intento golpista del 23F. Pero ha sido precisamente esa circunstancias especiales en que se desenvolvieron los primeros años de su existencia los que le acarrearon un protagonismo excesivo e impropio de esa institución y que, en consecuencia, a la larga, le han supuesto un desgaste mayor del deseado y sujeto a frecuentes críticas. Puede decirse que la monarquía de Juan Carlos gozó de innumerables puntos para conducir el trono, pero con el paso del tiempo, por errores propios y ajenos ha ido perdiendolos y que ahora no goza del respeto y reconocimiento necesarios. En definitiva, se está quedando sin puntos.

No parece ni siquiera razonable, en las actuales circunstancias de la sociedad española, someter a la ciudadanía a una decisión sobre la pervivencia de la monarquía. Sería desde luego romper de forma clamorosa el consenso constitucional en el momento más inoportuno. Pero sí es posible, con la misma lealtad constitucional, plantearse la conveniencia de que se produzca un relevo en la persona del príncipe Felipe. Es la oportunidad histórica de conformar una monarquía menos protagonista, más moderna, más austera, más sobria, sencilla y discreta. Y no cabe pensar que en estos momentos tan azarosos para España y la monarquía no es tiempo adecuado para el relevo; todo lo contrario, es precisamente, cuando la vida pública está necesitada de una profunda regeneración, cuando es oportuno plantearse la abdicación del rey o dicho en términos menos ampulosos, el relevo en el trono. Se está haciendo necesario que los dirigentes políticos pierdan ese temor reverencial a la monarquía y planteen con naturalidad lo que gran parte de la ciudadanía ve natural. Puede ser la última oportunidad monárquica.

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