La ciudad y los días
Carlos Colón
Saltan las costuras autonómicas
Se nos va Rafa Nadal. Él ha sido durante casi veinte años ese héroe imprescindible que nos hacía creer que en situaciones imposibles era posible la victoria. Mientras transcurría nuestra vida y la de nuestro país, este zurdo de oro, prodigio de talento y carácter, de fuerza mental y convicción, de coraje y espíritu ganador, nos hacía creer en nuestro salón en la apoteosis tal y como se entendía en el mundo clásico, es decir, la concesión de la dignidad de dioses a los héroes. Su grandeza no estaba sólo en la victoria, si no en cómo se gana y en cómo pierde. Eso es lo que le hace un campeón único. Rafael Nadal no sólo era glorioso en aquel Wimbledon contra Federer o en todas las tardes que ganó Roland Garros, sino en cada una de sus memorables victorias, porque dejaba de ser nuestro héroe cotidiano para pasar a ser nuestro dios particular. Cada día que ganaba Rafa, se hacía realidad la canción de David Bowie, Oh, we can be heroes/Just for one day y gracias a esa apoteosis nos olvidábamos del lunes y podíamos ser héroes sólo por un día y participar en los Juegos de nuestra particular Olimpia de la vida y sentir lo más cercano a la gloria que hemos sentido nunca y además sentir que nuestro país, en el fondo, no estaba nada mal.
Ernst Hemingway escribió que El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado. Nadal nos demostró que Hemingway tenía razón y, sobre todo, forjó un estilo propio de conseguir la victoria y de convivir y aprender de las derrotas. El estilo de luchar siempre con convicción por la victoria hasta el último suspiro. Quizás por ello es un gran madridista porque en el fútbol es único equipo del mundo que comparte esa mentalidad ganadora tanto como él. En realidad, todos los grandes campeones son así. Sin embargo, ha sido siempre un hombre sin estridencias en la victoria y en la derrota, que reconoce sus aciertos y sus errores, pero lejos de coquetear con el divismo o la fanfarronería.
Su estilo como jugador, su fair play dentro y fuera de la pista le ha granjeado una relación excelente, tanto en entre los tenistas y eso le convirtió en un icono del deporte para los niños y también para la sociedad. Nadal es el símbolo de la marca España, el de la cultura del esfuerzo, el yerno que todas las madres desean tener. Es evidente, que el acuerdo firmado con Arabía Saudí para promover el tenis allí en el ocaso de su carrera por un contrato multimillonario ha ensombrecido esta imagen casi perfecta de un deportista carismático en nuestro país. Sin embargo, ahora que se retira debe de prevalecer la imagen positiva, sobre todo, si combina sus negocios con actividades que le mantengan dentro del mundo de la promoción del tenis. Sería bueno en un país tan cainita como España, ahora que se retira Rafa Nadal parecernos un poco más a Francia y reconocer como se merece a un ciudadano , en este caso, a este gran deportista. Se nos va uno de los tres mejores tenistas de la historia (junto con Federer y Djokovic) y, seguramente, al mejor deportista español de todos los tiempos. Alguien a la altura de Mohamed Alí, de Michael Jordan, de Eddy Mercxx, de Cristiano Ronaldo o de Messi. Casi nada. ¡Vamos, Rafa!
También te puede interesar
La ciudad y los días
Carlos Colón
Saltan las costuras autonómicas
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Siquiera un minuto de silencio
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Luto
El Zoco
Juan López Cohard
Mi corazón está en Valencia
Lo último