EDITORIAL
El poder cueste lo que cueste
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Las de control que tienen lugar los miércoles en el Congreso de los Diputados se han convertido en una especie de sesiones de teatro del absurdo sin otra virtualidad que ofrecer un cruce descalificaciones e insultos entre el Gobierno y el Partido Popular que en la mayoría de las ocasiones roza lo histriónico. Ni el Ejecutivo se deja controlar ni la oposición parece tener más objetivo que arrinconar al presidente y a los ministros. El absurdo es especialmente notorio por el hecho de que las preguntas y las respuestas no guardan ninguna relación entre sí, dándose casos verdaderamente grotescos. Por ejemplo, en la última el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, preguntó por la situación del fiscal general del Estado, a punto de ser procesado, y Pedro Sánchez respondió con los porcentajes de implantación de la fibra óptica en los hogares españoles y el volumen de becas. Todo ello trufado de un cruce de improperios en el que el presidente del PP denunciaba los casos judiciales que cercan al Gobierno y Sánchez esgrimía la foto de Feijóo en el barco de un narco gallego hace casi dos décadas. Si alguien pensó alguna vez que estas sesiones iban a servir para que el Gobierno diera cuenta de su gestión y la oposición ejerciera su papel fiscalizador, el fracaso no puede ser más notorio. A estas alturas, reclamar un mínimo de sensatez y moderación a la política española es algo muy parecido a predicar en el desierto. Pero no está de más subrayar que lo que ocurre en estas sesiones parlamentarias es, básicamente, una enorme falta de respeto a los ciudadanos que votan para elegir a unos representantes que hagan su trabajo y que pagan sus impuestos para que las instituciones cumplan la función que les corresponde. El Congreso de los Diputados proporciona al país espectáculos lamentables de crispación y polarización. Lo peor es que ello parece importar poco a sus máximos responsables.
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